Columna de Elvira Hernández: Gonzalo Rojas
Por Elvira Hernández, escritora
Duele que connacionales hagan un video de nuestro gran poeta Gonzalo Rojas sin conocer su obra y, de verdad, apreciarla: una poesía con reconocimiento literario mundial, asentada en una tradición poética riquísima –de Oriente a Occidente de la mano-, depositada en nuestro idioma, el castellano de Chile, y escrita en la turbulencia y pasión de vivir.
En la travesía de nuestro poeta, vida y obra se hermanaron, se acogieron, se hicieron una sola: la poesía, inexplicable hermosura para la caducidad humana, locura de pronto, llenura de ser. “¿Nos vemos en el siglo XXI?”, volvemos a oír la voz del poeta -fondeadero vibratorio vocal de sus palabras, misterio y autenticidad- que permanece y nos interpela. Es que sus poemas son de este siglo y están vivos, y es mucho lo que nos traen y en lo que nos atraen. Lo sustancial para el destino humano: palabra y silencio. Y con ello, algo que se ha perdido en la sociedad ultra y posmoderna a la que accedemos: la reflexión, la conversación consigo mismo. Oírse y luego oír, suelo de cualquier diálogo. Contribución que nos hace su palabra poética, altamente musicalizada, que fija y liga amorosamente un camino con la memoria.
En su escritura fuimos, como pueblo, su destinatario predilecto, porque nos oyó, desde Lebu hasta el exilio, trechos donde nos siguió oyendo, en el silabeo que tanto le interesó y al que le otorgaba un conocimiento arcaico. Más que nunca la trayectoria creadora y multifacética del eros en su poesía seguirá impactando, aun con su carga de virilidad exacerbada, en estos tiempos hedonistas, de hartazgo, y en lo que denominó “lo irreparable del hastío”.
Fue comunitario y era libérrimo, como exige la poesía, y proclamó para ella autonomía total. En su norte estaba la conciencia crítica y en esa orientación pudo decir: “Luché contra la injusticia y creo haber colaborado con la construcción o la armazón de la Patria Grande. Por lo menos fui un testigo de mi pueblo y de mi tiempo”.