Columna de Felipe Botero: El izquierdista vs. el populista de derecha

Posters with the image of Colombian left-wing presidential candidate Gustavo Petro, of the Historic Pact coalition are pictured ahead the second round of elections in Bogota
Foto: Reuters


Por Felipe Botero, analista colombiano y profesor de la Universidad de Los Andes de Colombia

Por primera vez en la historia el presidente que elegirán los colombianos en el balotaje del 19 de junio próximo no pertenecerá a la élite política tradicional. Gustavo Petro, cuyo primer lugar estaba previsto desde el principio de la campaña, se enfrentará al outsider Rodolfo Hernández, un desconocido político populista de derecha, que desbancó Federico Gutiérrez, la ficha del uribismo, y quien se daba por descontado que iría al balotaje hasta unas semanas antes de la elección.

La victoria de Petro y Hernández puede interpretarse como un voto categóricamente antiestablecimiento. Muchas de las personas que participaron en las protestas de 2019 y 2021 contra la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades son simpatizantes de los movimientos de izquierda que apoyaron a Petro. Esos levantamientos populares tenían un gran contenido de protesta contra el gobierno actual, pero también por los agravios acumulados de décadas de abandono estatal.

Por su parte, Hernández logró conectar con un amplio electorado que comparte el hastío por la política tradicional y con quienes resonaron sus mensajes anticorrupción, los cuales llegaron a un público muy amplio gracias a su audaz uso de redes sociales, en particular TikTok.

Los detractores de Petro han hecho una larga campaña en la que señalan el riesgo que implicaría su presidencia para la estabilidad macroeconómica e institucional (léase, para el privilegio de unos pocos, afincado durante décadas en el poder). La posible victoria de Hernández también genera dudas sobre un eventual quiebre de la democracia, a la Fujimori, por ejemplo, por sus inclinaciones autoritarias.

¿Por qué los colombianos están tomando tan altos riesgos? Para la mayoría de las personas, tanto pobres como la clase media y los profesionales (casi todos, salvo las élites) están dispuesta a cambiar una democracia disfuncional en uno de los países más desiguales del mundo por una apuesta que puede, o no, —realmente no lo sabemos— tomar formas autoritarias con tal de obtener del Estado lo que no se ha logrado con el sistema actual. Es una apuesta muy arriesgada, pero también es producto de la sin salida en la que se encuentra el país por su clase política tradicional.