Por Francesca García, periodista, docente y politóloga peruana.
En un punto casi imperceptible de la Carretera Interoceánica, tras cruzar de Perú a Brasil por el Puente de la Integración de Acre, hay una placa de agosto de 2004 que recuerda las altas expectativas de ambos países sobre la construcción de esa vía. Veinte años después, Alejandro Toledo, entonces Presidente peruano y uno de los que aparece en esa placa como artífice del sueño de “integración, unidad y prosperidad”, ha sido condenado a 20 años de prisión por recibir US$ 35 millones en sobornos de Odebrecht para la construcción de esa carretera.
La justicia peruana ha encontrado culpable a Toledo de corrupción y lavado de activos. Se ha convertido así en el primer Presidente en América Latina condenado por el caso Lavajato y el segundo exmandatario peruano sentenciado por corrupto, después de Alberto Fujimori. Toledo, quien pudo pasar a la historia como el Presidente del retorno a la democracia, decidió alargar las páginas de la historia de la corrupción en el Perú y prolongar la estancia de expresidentes en el penal de Barbadillo.
La Vía Interocéanica jamás alcanzó los índices de prosperidad comercial que justificaron su millonaria (y sobrevalorada) construcción. En cambio, sí fue detonante de graves daños ambientales y sociales en sus zonas de influencia, sobre todo en la región amazónica de Madre de Dios. El incremento de la minería ilegal de oro y la deforestación a gran escala, como en la zona conocida como La Pampa, es la herencia criminal de quienes, al igual que Toledo, traicionaron al país.
Alejandro Toledo Manrique, Presidente del Perú entre 2001 y 2006, terminó siendo una oportunidad política perdida, el fracaso de la consolidación de la democracia sin corrupción y la caricatura de aquel hombre andino que venció a la pobreza con educación. Será también un permanente recordatorio de que, seas quien seas, si delinques, la pagas.