Por Francisco Cruz Fuenzalida, abogado
Rodrigo Pica, ministro del Tribunal Constitucional, falleció el martes de manera súbita y temprana. Su despedida ha sido dolorosa, larga y concurrida, y los testimonios sobre su intensa vida recién comienzan y posiblemente serán muchos en el tiempo, porque Rodrigo hizo de la construcción de afectos un oficio, y vaya que talento tuvo para honrarlo.
Rodrigo era de esos seres humanos que lo dejaban a uno con la sensación de estar siempre “al debe” en la reciprocidad de lealtades y desvelos. Su entrega era prolífica y sin límites. Cada encuentro con Rodrigo era una excusa para recibir la ofrenda de Baco, siempre original y sumada a una anécdota. Sus vinos eran atesorados en una cava aledaña a su igual de generosa biblioteca, de la cual salían y volvían libros con los que satisfacía las demandas que sus amigos le hacíamos, principalmente de historia y política.
Su cultura sorprendía, dando la impresión de que su existencia era precedida de varias vidas previas, al abrazar tanto conocimiento, y tan diverso, en sólo 44 años. Y es que Rodrigo exhibía esa exquisita dualidad de poder convocar, en una misma circunstancia, la profundidad de un análisis con lo inusual de un maridaje, todo sin sacrificar el rigor de lo primero ni el placer de lo segundo, igualando así la ecuación perfecta de quienes, como el poeta, desgranan toda la vida y su pasión en un mínimo gesto.
La infinitud de su personalidad también llegaba a la política, donde sus ideas se expresaron con claridad y tempranamente, convicciones que abrigaron con el tiempo la deferencia y prudencia necesarias para no comprometer su temprana incorporación al Tribunal Constitucional, institución que lo vio crecer como profesional y juez, desde los tiempos en que acompañaba al entonces ministro Hernán Vodavonic, y luego como relator, secretario y ministro titular. Fueron quizás esa magistratura y la academia, sus mejores refugios para desarrollar un pensamiento crítico razonado e ilustrado, especialmente sobre el devenir del Chile de los últimos años, sin nunca perder de vista el contexto histórico.
Pero al final de los días Rodrigo era, antes que todo, un hombre de los suyos. De sus afectos y de su familia, su mejor legado en esta vida, y por la cual brindamos para seguir recordándolo siempre.