Por Germán Vera, académico Departamento Epidemiologia y Estudios en Salud Universidad de los Andes
Esta semana hemos visto la irrupción de la variante Omicron como potencial nuevo protagonista de la crisis sanitaria del Covid-19. A esta noticia le siguió una fuerte caída de los mercados y la instauración de nuevas medidas de control sanitario: un efecto financiero y de posibles nuevas restricciones que amenazan el verano que comienza.
La respuesta acá es doble: por una parte, mientras no se manifiesta la existencia de una nueva variante el potencial efecto de una nueva cepa se atenúa al ponderarlo por la posibilidad de que todo siga igual que antes. Cuando la variante finalmente llega nos enfrentamos a otro problema: su virulencia, agresividad y transmisibilidad comienzan siéndonos desconocidas.
Acá entra en juego el segundo factor: la aversión al riesgo. Incluso para un virus que se espera sea igual de agresivo, el hecho de que exista incertidumbre genera una prima por riesgo: estamos dispuestos a pagar por un resultado cierto. Por lo mismo, la reacción de los mercados y el cierre de fronteras no debe ser interpretado como una declaración de la virulencia de Omicron, sino de la incertidumbre con respecto a sus efectos. De hecho, hasta el jueves no había registros de muertes relacionadas por esta nueva cepa.
En el intertanto, nos puede ayudar una idea central de señalización económica para interpretar las noticias que recibiremos: no todos los anuncios transmiten la misma información.
Pesan mucho más los anuncios que transmiten información que es costosa para el emisor, como cuando un gobierno dice que habrá restricciones generales, o bien los que dan cuenta de un efecto adverso específico (y verificable) del virus. Estos son el tipo de mensajes ricos en información que irán disminuyendo los costos de la incertidumbre que enfrentamos.