Por Gonzalo Valdés, director ejecutivo del Centro de Políticas Públicas UNAB

El domingo pasado no sólo hubo elecciones en Chile; en Venezuela también se vivió una jornada electoral. Ambas fueron tensas. Mientras las elecciones nacionales evidenciaron polarización, en Venezuela es el conteo de votos el centro de la polémica. Demás está decir que el chavismo resultó ganador. Venezuela parece haber tocado fondo a todo nivel.

En términos económicos la inflación está ligeramente controlada: llevan dos meses seguidos con inflación mensual bajo el 10% (que equivale a “solo” 200% anual), la emigración de 6 millones de venezolanos permitió repartir hambre entre menos personas y recibir remesas desde el exterior, y el ingreso parece haberse estabilizado en 2 mil dólares per capita al año.

Este desastre humanitario haría pensar la oposición saldrían vencedores, pero el chavismo parece haberse tomado en serio la frase “lo importante no es quien vota, sino quien cuenta”. Desde enero de este año existen dos Asambleas Nacionales, una de oposición y otra chavista. La Asamblea oficialista nombró un nuevo Consejo Electoral, conformado por tres chavistas y dos opositores. La OEA condenó el cambio, pero la Unión Europea evitó la censura. A cambio, el chavismo permitió la entrada de observadores europeos.

Los europeos informaron irregularidades: entrega de comida, inhabilitaciones arbitrarias de candidatos, puntos de control partidista durante la votación, y otros “detalles”, pero también reconocieron mejoras respecto a elecciones anteriores. Venezuela utiliza un sistema de sufragio electrónico, que difícilmente podrá ser fiscalizado. El chavismo ganó en 20 de 23 gobernaciones y obtuvo la alcaldía de Caracas. No se ve cómo, en el corto plazo, Venezuela podrá volver a ser una democracia sólida. Tampoco parece estar empeorando. Venezuela está grave pero estable.