Columna de Guarello: Un genio
Obligado a abrir el espectro a un público amplio, que iba desde Ciudad Juárez a Punta Arenas, narraba los partidos introduciendo datos de la vida real, recuerdos de su Colombia natal, novedades de la música en Europa, algún poema breve latinoamericano y hasta leía cartas de los espectadores.
En 1993 Andrés Salcedo confesó- en entrevista que le dio a Roberto Merino para la revista Don Balón- que su modelo de relator fue Patricio Bañados. Escuchando por onda corta el Mundial de 1966 desde su natal Barranquilla, sintonizó la BBC en castellano y surgió una voz modulada, culta, precisa en sus adjetivos y con un amplio léxico. Entonces trabajaba en una radio local, Guatapurí de Valleducar, y las puras ganas y sed de aventuras lo llevaron, un par de años más tarde, a embarcarse a Europa con lo puesto para buscar fortuna como locutor. Tras un breve y exitoso paso por España, llegó a Alemania Federal. Y se transformó en leyenda.
El mismo Roberto Merino escribió en Don Balón, luego reproducido en su libro Horas perdidas en las calles de Santiago, que había pocas cosas que le reflejaran la televisión de los setenta tan bien como el “Fútbol Alemán”. Era un programa que la Deutsche Welle difundía a través de su productora Transtel (junto con otros programas como Telematch), a toda Latinoamérica de forma gratuita, como una manera de difundir la cultura y los valores alemanes. Se trataba de partidos de la Bundesliga compactados en dos tiempos de 25 minutos, transmitidos con un mes de retraso y narrados, de forma creativa y amena, por Andrés Salcedo.
El sólo hecho de ver la Bundesliga en televisión todas las semanas en una época donde la oferta estaba limitada al torneo local y alguna transmisión por satélite específica, espaciada e improbable, era un estímulo potentísimo para los fanáticos del fútbol, siempre hambrientos de novedades, grandes jugadores, incluso de escenarios, como los estadios alemanes, que mostraran cómo jugaban los mejores del Mundo. No importaba el retraso de cuatro fechas, lo comprimido de los compactos, todo parecía luminoso, ordenado, las camisetas modernas, las canchas perfectas y los futbolistas veloces, potentes e implacables.
Y el plus era Salcedo. Obligado a abrir el espectro a un público amplio, que iba desde Ciudad Juárez a Punta Arenas, narraba los partidos introduciendo datos de la vida real, recuerdos de su Colombia natal, novedades de la música en Europa, algún poema breve latinoamericano y hasta leía cartas de los espectadores. En una ocasión, aprovechando un ciego con su lazarillo que estaba al borde de la cancha, relató el partido como si él fuera el lazarillo que debía explicarle al ciego cada jugada. En otra, intercaló la letra de “Cero a Cero”, un partido jugado por animales, de Tito Fernández entre jugada y jugada. De las cartas recuerdo una muy singular: se trataba de cuatro ancianas de Asunción, Paraguay, que jugaban canasta con Fútbol Alemán como fondo y agradecían la compañía de su amistosa voz.
Pero lo mejor de Salcedo eran sus apodos. Inventos personales, y sólo para consumo latinoamericano, escuchábamos semana a semana nombres como Pierre Michael “Migajita” Littbarski, Lothar “Mateito” Matthaus, Michael “Caperucita Roja” Rummenigge, Thomas “Poroto” Hassler, Rolf “Dinosaurio” Russmann, Norbert “El espía que vino del frío” Nachtweih, Roland “Carbonero” Wolhfarth, Harald “Caballo” Konopka, entre decenas más. Los apodos no eran gratuitos y alguna vez Salcedo los explicó uno por uno. Norbert Nachtweih, por ejemplo, era un jugador que había escapado de Alemania del Este en 1976, la Overliga, y el colombiano aprovechó el título de la novela de John Le Carré.
El viernes de madrugada nos enteramos de la muerte en Colombia de Andrés Salcedo. Tenía 81 años y seguía activo en la radio. Era un hombre de otra época, de un mundo y un fútbol que ya no existe. Gran amigo de Sergio Silva (fallecido en 1988), se mandaban salchichas podridas por correo. Bromas que tardaban meses en consumarse. Unos niños con micrófono. Genios totales.
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