Por Helene Risor, Directora del Instituto Milenio para la Investigación en Violencia y Democracia (VioDemos) profesora de la Escuela de Antropología UC e investigadora del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR).
En el último tiempo actos violentos han ocupado a los titulares de la prensa y se ha tornado un tópico inevitable de conversación. Nos horrorizamos, y con buena razón, con la delincuencia violenta, el narcotráfico, las emboscadas y los asesinatos sin que nadie se adjudique la responsabilidad. Nos preguntamos ¿por qué somos víctimas de tantas agresiones? La violencia que vemos aparece como un reflejo en el espejo donde no nos reconocemos. ¡No nos hace sentido!
Nos hace bien hablar acerca de la violencia. En primera instancia sirve para expresar nuestra pena y nuestra solidaridad con las víctimas. Pero si queremos cambiar la realidad es necesario hacernos las preguntas correctas y para eso un primer paso es reconocernos en ella. La violencia efectivamente está entre nosotros; no como una fuerza ajena y disruptiva. Es parte de nuestra historia y nuestro presente. El reflejo en el espejo somos nosotros y nos cuesta reconocemos porque no nos comprendemos a nosotros mismos.
Aunque nos duela, debemos comprender que la violencia – y con ella las narrativas sobre el “otro violento” y el temor– es parte integral de nuestra historia y organización social. La democracia también es violenta. Convivimos con la corrupción, con la justificación a la “mano dura”, con el maltrato y el abuso, con grupos que justifican a la violencia como un medio y como un modo de relación naturalizada e inclusive celebrada.
Seguir hablando de la violencia como una amenaza externa e incomprensible no nos ayuda. Está en nosotros cambiar las relaciones violentas y tenemos las herramientas para hacerlo. Si miramos en el espejo con detención, podemos reconocernos también en las demandas por una sociedad justa basada en derechos y en una convivencia en paz, en los avances hacia una coexistencia cívica, en los esfuerzos genuinos por reparación y en prácticas cotidianas de cuidado, respeto y reconocimiento. Son estas prácticas ciudadanas que nos permiten mirarnos en los ojos y superar nuestra triple condición de víctimas, victimarios y beneficiarios pasivos de la violencia.