Por Ignacio Irarrázaval, director del Centro de Políticas Públicas UC
“Yo confío / tú confías / él confía / nosotros confiamos / vosotros confiáis / ellos confían”. Mafalda está recitando frente a su clase las conjugaciones del verbo confiar. Terminado el ejercicio, se dirige a la profesora y dice: “¡Qué manga de ingenuos! ¿no?”. Si bien históricamente se ha asociado la confianza a la ingenuidad, tal como lo hace Mafalda, la confianza es mucho más que eso. Es un valor social deseable, pero es, sobre todo, un bien sustancial indispensable para la gobernabilidad de un país. Es de perogrullo que una sociedad con mayor confianza tiene mayor cooperación y cohesión social. Sin embargo, eso no es todo: diversos estudios confirman que la confianza puede acarrear beneficios económicos, que repercuten en mayores niveles de crecimiento, y beneficios políticos, como una mayor estabilidad institucional. Se produce un efecto multidimensional, pues la confianza -o la falta de ella- en una institución afecta a todas las demás instituciones. Así de importante.
Lo preocupante es que en Chile la confianza institucional continúa a la baja. Según la Encuesta Bicentenario 2021, las instituciones que presentaron resultados más críticos fueron justamente las orientadas a lo público: parlamentarios, partidos políticos, tribunales de justicia y gobierno (independiente de cuál sea). ¿Qué sustenta la confianza? La misma encuesta aborda tres dimensiones para analizarla: cuán preparadas están para cumplir con sus funciones, cuán preocupadas están del bienestar de la sociedad y con cuánta integridad y transparencia funcionan.
Ante este escenario, y considerando las negociaciones para un nuevo proceso constituyente, cada paso que dan los actores políticos -cada promesa no cumplida, cada “dime y direte”, cada “gallito” entre instituciones y coaliciones- tiene el riesgo de socavar la escasa confianza que la ciudadanía tiene depositada en ellos. Este es el momento para demostrarles a las personas que pueden confiar en el sistema político, y que sus representantes son capaces de ponerse de acuerdo y encontrar soluciones.
En estos días de definiciones importantes, el llamado es a actuar sin demagogia y con conciencia de la relevancia de lo que está en juego: hoy, más que nunca, necesitamos avanzar en reconstruir la reputación y credibilidad de los actores políticos, para así lograr mayores niveles de confianza. No es una apelación a la ingenuidad, como sostiene Mafalda. Es un valor estrictamente necesario para progresar como país.