Por Isidora León, Directora Editorial de Metro21
En un contexto de despojo urbano surge una imperante necesidad de llevar a cabo una reapropiación simbólica. Los espacios públicos han sido relegados a meros lugares de tránsito. La ciudad se ha vuelto cada vez menos propicia para la caminata y se pierde la escala humana, prevaleciendo una infraestructura dominada por los autos, los malls y los espacios publicitarios. En este panorama, el arte urbano se concibe como un agente que busca generar procesos paralelos de identificación al apropiarse de espacios en desuso, lugares residuales y abandonados.
Los murales son una forma de evidenciar en lo público la exclusión, las desigualdades y las diferencias. Son, además, espacios para establecer un diálogo con los muertos, los deseos y los héroes mediante homenajes comunitarios. Dos ideas fuerza me llevan a escribir estas líneas; por un lado la idea misma que concibe al espacio urbano como uno líquido, fluido y afectivo, y por otro, la noción de que los murales, a menudo, se erigen como monumentos efímeros que guardan en sí mismos la memoria y persistencia barrial.
La psicogeografía explora la relación entre el entorno urbano y las emociones, estableciendo que el espacio público se construye a partir de los afectos. No es una esfera previa dictada por la planificación urbana. Los murales de homenaje inmortalizan personas, rinden tributo y conmocionan a la comunidad al plasmar historias vivas en el espacio público. Estos rememoran causas olvidadas y, al mismo tiempo, actúan como dispositivos de memoria colectiva al develar vidas y luchas invisibilizadas de los circuitos tradicionales en un contexto donde acceder a un obituario resulta tan insuficiente como inalcanzable.
Un ejemplo es el mural de una barra brava en un barrio, donde la comunidad se reúne anualmente para velar a su difunto en un ritual icónico que expresa un luto colectivo. Estos murales actúan como dispositivos visuales que destacan circuitos alternos de conmemoración.
Estos murales son puntos de encuentro solemnes de pertenencia, reflejando solidaridad y apoyo mutuo en momentos de dolor y pérdida. Los murales en homenaje representan, por ende, un llamado implícito de visibilización de las problemáticas colectivas que afectan a los espacios marginales. Al emerger en espacios públicos, estos murales envían un mensaje de que las comunidades se sienten abandonadas y adquieren un papel significativo como espacios de representación simbólica comunitaria.