Columna de Iván Poduje: Carlo Siri y la ciudad octubrista

ANTIGUA FUENTE Alemana
Fuente Alemana. Foto: Francisco Paredes.


Por Iván Poduje, arquitecto

Habiendo pasado dos años y tres meses desde octubre 2019, es posible hacer un balance de algunos cambios urbanos que parecen haberse consolidado luego del estallido social. El primero es la privatización de los espacios públicos, que se expresa en la masificación del comercio ambulante, las usurpaciones de terrenos o la apropiación de parques y bordes costeros, generando situaciones de alta conflictividad en ciudades con altos flujos migratorios como Iquique, Arica o Santiago.

El Estado ha sido incapaz de controlar y conducir estas fuerzas. En ello influyen las escasas atribuciones de los municipios, la nula capacidad disuasiva de Carabineros, y una actitud paternalista de ciertas elites que asocian esta privatización precaria con pobreza, omitiendo que existen mafias que lucran y millones de personas que se ven perjudicadas. Esto nos lleva al segundo fenómeno de la ciudad octubrista, que es la disputa entre civiles para resolver controversias ante un Estado ausente.

El caso de Carlos Siri, propietario de la antigua Fuente Alemana, refleja con especial crudeza este problema. Luego de dos años resistiendo ataques, Siri fue agredido salvajemente por una patota que participaba de una protesta para exigir la liberación de los denominados “presos de la revuelta”. Empoderados por el respaldo político que ha recibido este indulto impresentable, los violentistas decidieron que a Siri le correspondía una segunda paliza por haberse defendido de la primera. El comerciante se encerró en su local, mientras le llovían amenazas, extinguidores y bombas incendiarias. Luego de varios minutos sin recibir ningún tipo de ayuda del Estado, y cuando estaban a punto de tumbar la rejas, Carlos Siri sacó un rifle a aire comprimido y repelió los ataques como pudo.

La imagen fue captada por los matones, que siempre viralizan la parte de la historia que les conviene. Entonces Carlos Siri pasó de victima a victimario. Fue cuestionado por periodistas e incluso por las autoridades que debían defenderlo como a cualquier ciudadano que paga sus impuestos y merece condiciones mínimas para trabajar seguro. Pero su caso no es un hecho aislado. Carlos Siri representa a miles de víctimas de la ciudad octubrista que han debido blindar sus locales comerciales, enrejar sus calles y pasajes o que ven como sus playas y parques son transformados en baños y asentamientos de carpas, con el beneplácito de buenistas que probablemente armarían un escándalo si el espacio tomado como baño o residencia, fuera la plaza de su barrio o el jardín de sus casas.

Pero como estos conflictos se producen en Iquique, Viña o Santiago Centro, esta apropiación forzosa es vista como un costo menor, al lado del nuevo país virtuoso que, se supone, llegará en algún minuto. Omiten estos enamorados del estallido, que los efectos de la apropiación pueden ser permanentes, si terminan aislando los centros históricos para evitar exponerse a situaciones de inseguridad. Este es el clásico ejemplo del declive de la inner city norteamericana por el reforzamiento de los suburbios, que también se refleja en la pérdida de relevancia del transporte público por sobre el automóvil particular. Los suburbios crecen y reciben más servicios, que son resguardados por guardias privados que suplen el rol del Estado, mientras que en los lugares expuestos a las apropiaciones, aumentan las batallas campales entre ambulantes, las usurpaciones o los ataques a comerciantes establecidos.

Nuestras ciudades sufrieron un proceso similar hace 37 años aunque por razones distintas. El terremoto de 1985 tuvo efectos devastadores en los centros históricos, que coincidió con la aparición de los primeros malls, que se llevaron las tiendas hacia las periferias. Para revertir este problema, se impulsaron planes para reposicionar los centros históricos como lugares atractivos y seguros para vivir y trabajar, renovando sus plazas, galerías y parques y construyendo sistemas de transporte público para mantenerlos vivos y vigentes.

Este esfuerzo titánico de casi cuatro décadas se ha puesto en jaque en menos de tres años lo que es francamente lamentable. Pero el declive podría tornarse irreversible si las autoridades no le ponen coto a esta apropiación violenta que se instaló en la ciudad octubrista consagrando el interés individual por sobre el valor colectivo, y las rejas y blindajes por sobre los espacios abiertos donde es posible encontrarse con la memoria y el patrimonio, que han sido dos grandes perdedores luego del estallido.

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