Por Iván Poduje, arquitecto

La ministra del Interior y Seguridad Pública afirmó que le daba “miedo” reponer la estatua del general Baquedano en el lugar donde lo puso el pueblo de Chile en 1928. Luego agregó que le gustaría tener una figura que generara “mayor consenso”, y que tal cosa sería decidida en una consulta.

El miedo de Carolina Tohá no es algo nuevo. Antes bautizó como “gatillo fácil” la ley Naín Retamal para frenarla, ante el temor que las policías abatieran a delincuentes armados que los atacan, como ocurre en cualquier país civilizado. Luego definió unas reglas de uso de la fuerza (RUF) ridículas e impracticables, que impiden que las Fuerzas Armadas combatan el terrorismo o el crimen organizado en los Estados de Excepción. En resumen, no quiso pagar ningún costo que es propio de su cargo.

Que distinta es la actitud que ha tomado su par argentina, la ministra del Seguridad, Patricia Bullrich. Con un pasado de izquierda, igual que Tohá, Bullrich no ha dudado en aplicar todo el rigor de la ley para proteger a sus compatriotas. Se enfrentó a los poderosos piqueteros que cortan calles y destruyen la ciudad, y se querellará contra los dirigentes que organizan estas protestas. Se desplazó a la ciudad de Rosario para organizar la batalla contra los narcos y advirtió que no tolerará más usurpaciones de tierra organizadas por grupos violentistas, que ella califica como “seudos mapuches”, como la RAM argentina.

El miedo de Tohá no solo contrasta con el valor de Bullrich, sino que con la historia del personaje que se niega a devolver. El general Baquedano lideró la campaña más dura de la guerra del Pacífico junto a sus tropas, sabiendo que podría morir en cualquier momento. Su entrega fue tan notable, que el pueblo de Chile quiso homenajearlo financiando la obra maestra de Virginio Arias que inmortalizó a Baquedano en su caballo Diamante sobre la tumba del soldado desconocido.

Esto ocurrió hace casi un siglo, y todos los gobiernos respetaron esta decisión, como debe ocurrir con las obras patrimoniales. Pese a que la plaza original fue modificada nunca perdió su posición actual con el plinto y la estatua de Baquedano al centro. Solo las turbas del estallido lo pusieron en riesgo cuando intentaron tumbarla, pero sin éxito, como si el viejo general hubiera cobrado vida para resistir los embates del lumpen fascismo que tan bien describe Lucy Oporto. Pero el Estado igual decidió sacar al héroe patrio de noche y sin público. Una vergüenza para la memoria de los caídos.

El abogado Héctor Navarrete escribió una columna notable donde analiza cómo el pedestal vacío de la plaza Baquedano simboliza ese Estado ausente y cobarde que nos tiene en ascuas. La candidata a la gobernación Isabel Plá hizo un video donde exige que el general Baquedano vuelva a la plaza. Pero han sido voces aisladas. ¿Qué pasa con el resto de los políticos? ¿Por qué no han tomado partido por este debate? ¿Cómo es posible que en el día del Patrimonio se insista en demoler una rotonda de enorme valor histórico sin preguntarle a nadie? Es curioso que el mismo Consejo de Monumentos Nacionales, que paraliza hospitales para rescatar trozos de vajilla, no haya dicho una sola palabra ante tan flagrante crimen patrimonial.

Pero el asunto es más preocupante si consideramos que algunos de estos políticos aspiran a liderar el país. ¿Cómo enfrentarán al crimen organizado y el terrorismo, si les da susto devolver a Baquedano a su sitial? ¿Qué impedirá que otra turba arrase otros monumentos si tuvieron éxito con Baquedano?

Como dice Navarrete, esta historia representa muy bien el difícil momento que vive nuestro país, gobernado por una clase política que quiere disfrutar del lado luminoso del poder, sin asumir sus costos y malos ratos, lo que implica arriesgar la vida si es necesario. Esa cobardía puede ser fatal en los años que vienen.