Valeria Vivanco Caro siempre quiso ser policía, como sus hermanos mayores y desde niña, mostró la voluntad y el carácter que se requiere para ejercer una profesión ruda para una mujer, en un país machista y una institución comandada por hombres como la PDI. Pero Valeria sorteó esas barreras y luego de egresar de la academia, logró ingresar a la Brigada de Homicidios, que es la unidad de mayor prestigio de la policía civil chilena. Sus capacidades como detective la llevaron a España, donde participó asistiendo a la votación del proceso constituyente, trabajando de la mano con el embajador.
Con una hoja de servicios llena de méritos, Valeria podría haber tomado cursos de especialización para hacerse una carrera institucional en la PDI, pero optó por el trabajo más arriesgado de todos: ser agente encubierta para investigar homicidios, infiltrándose en lugares dominados por bandas criminales. María José, su mejor amiga de colegio, contó que Valeria sabía el riesgo que corría y por eso guardaba una carta en su billetera dedicada a su familia en caso que algo le pasara. Su madre Jacqueline la calificó como una guerrera, que no se achicaba con nada ni con nadie, con tal de cumplir con su vocación de ayudar y de hacer justicia. Cuando vi las fotos de Valeria ese perfil de policía ruda no me cuadró por ninguna parte. Aparentaba menos edad y se veía casi como una adolescente risueña e inquieta.
Creo que por este contraste me conmovió tanto su muerte. El domingo 13 de junio a las 16:30 un delincuente cobarde le disparó a quemarropa en una esquina de la población Santo Tomás de La Pintana, mientras participaba de una investigación como agente encubierta. Santo Tomás es uno de los tantos sectores afectados por la segregación territorial. Lejano y gris, con pocos servicios y con un tercio de sus 23 mil habitantes viviendo en condiciones de hacinamiento y mucha violencia. De hecho, en la columna anterior conté la historia de Sergio, un joven padre que vive postrado en el cuarto piso de un bloque de vivienda social triste e inhumano de esta población.
He caminado por Santo Tomás y el temor se siente en cada esquina. Sus calles suelen estar enrejadas y con poca gente, debido al control que ejercen delincuentes, narcotraficantes y piños de barras bravas que acosan a los vecinos pintando postes, muros e incluso las fachadas de sus departamentos con sus murales violentos. Las 10 plazas de Santo Tomás suelen estar vacías o tomadas por bandas, al igual que sus seis multicanchas, cuyos pavimentos lucen rotos, con pinturas desteñidas y arcos de fútbol y basket oxidados. Ya no son espacios públicos, sino que lugares inhóspitos e inseguros por la falta de cuidado y mantención.
En este paisaje de desolación, Valeria Vivanco representaba al Estado ausente por décadas. Con sus 25 años trabajaba para resolver el asesinato de un vecino cuya muerte, al igual que tantas que ocurren en estas periferias, parecen no conmover a nadie, aunque las víctimas sean niños como ocurrió con Baltazar. Quizás por ello, la alcaldesa de La Pintana, Claudia Pizarro, fue la primera en reaccionar. Ella que sufre en carne propia la ausencia del Estado, publicó un sentido mensaje cuando se enteró del asesinato de Valeria y la puso al nivel de su hija, que tiene su misma edad. La subsecretaria Katherine Martorell hizo lo mismo porque conoce el riesgo que corren las mujeres que trabajan en estos territorios tan violentos e inseguros. Pero fueron voces aisladas. No hubo declaraciones de colectivos feministas, ni pañuelos verdes agitados a nombre de Valeria. Tampoco mensajes de partidos políticos que han hecho de la violencia de género una motivación central. No vimos marchas, protestas, ni afiches con el rostro de esta joven pegado en muros como ha ocurrido con otras tragedias que involucran personas de su edad.
Esta indolencia se explica porque Valeria era policía, lo que la ubica en el lado equivocado de la corrección política que mueve a las elites que dominan las agendas culturales y políticas en el Chile de hoy. Pero tengo la esperanza que para el grueso de la población la sensación es muy distinta. Para quienes sufren con la delincuencia más violenta, la muerte de Valeria fue recibida con dolor y también con gratitud hacia esta niña que quiso hacer justicia en la ciudad invisible, que sufre de la indiferencia de tantos. Descansa en paz valiente Valeria.
* Iván Poduje es arquitecto PUC