Por Iván Poduje, arquitecto
La definición de la Constitución como “la casa de todos”, me dio la idea de escribir esta columna haciendo una analogía entre los problemas de Chile y aquellos que suelen afectar una vivienda. Lo primero que podemos concluir es que como buena casa chilena, la de todos, ha sido afectada por varios embates de la naturaleza, que por mala fortuna tuvieron lugar en solo tres años. En octubre de 2019 nos golpeó un sismo de proporciones, al año siguiente un temporal con aluviones, y cuando pensamos que íbamos saliendo, pasó un huracán caribeño que voló techos y árboles.
Pese a todo, la estructura ha resistido. La casa de todos sigue en pie, aunque sus muros y techos presentan grietas y fisuras, y las cañerías se rompieron en varios puntos, generando filtraciones y goteras. La inseguridad es una y está haciendo agua por todos lados, con una policía débil y organizaciones criminales empoderadas. Otra grieta es la migración, donde hemos visto violentas disputas por territorios para vivir o trabajar. Y todo indica que esta situación empeorará cuando se produzca una competencia entre residentes y migrantes por acceder a los servicios públicos que en varias comunas están saturados.
A ello debemos sumar goterones en materia de inflación, empleo, pandemia, comercio informal y un severo déficit habitacional que ya llegó a las clases medias, lo que podría detonar un malestar social complejo de administrar, como ocurrió en Nueva Zelandia, donde la primera ministra Jacinda Ardern tuvo que tomar medidas de emergencia para no perder el gobierno.
Mientras la casa de todos hace agua por estos frentes, las élites -incluyendo aquellas que hablan en tercera persona de las elites- están preocupadas solo de los cimientos y los pilares y vigas estructurales. La Convención Constitucional (CC) pretende reemplazarlos por completo, aunque sin planos de cálculo y con sistemas constructivos extravagantes y poco funcionales. Como la CC está inmersa en una extraña regresión cultural, es posible que nos lleve de vuelta al adobe de bosta sin madera, porque es más “originario” que el hormigón armado, pese a sus deficiencias para resistir sismos.
Pero la CC no está llamada a corregir goteras o fisuras. Esa tarea le corresponde al nuevo gobierno que asume en marzo, que deberá moverse contra el tiempo para arreglar estos problemas antes que llegue un nuevo temporal. Para ello deberá llegar con un plan de ruta claro, tomando decisiones difíciles, que en muchos casos implicarán un cambio en las prioridades e incluso en los criterios que tenían antes de ganar la elección. Para comenzar, deberán priorizar la seguridad, que nunca estuvo en su programa de gobierno.
Además deberán reprimir protestas violentas y sacar a los matones de Plaza Baquedano si siguen amenazando o golpeando a vecinos y comerciantes. En la Araucanía no habrá dialogo posible si los terroristas vuelven a asesinar trabajadores. Habrá que perseguir a estos criminales y ponerlos tras las rejas, mientras que en el norte, es probable que el nuevo gobierno ponga a los militares a custodiar las fronteras, como lo solicitan sus gobernadores y parlamentarios. En las zonas urbanas las fisuras son múltiples y algunas implican compromisos estructurales en la casa de todos, como el avance del narcotráfico, que debe abordarse mediante un plan que refuerce la presencia del Estado y la acción de las policías que hasta hace poco se querían refundar.
Es cierto que estas reparaciones no tienen la mística de cambiar los cimientos o la estructura y es probable que el nuevo gobierno se vea tentado a sumarse a esta refundación junto a la Convención Constitucional. Pero si al hacerlo descuida las fisuras y las goteras, tendrá problemas mayores con la ciudadanía, que podrían comprometer no solo la aprobación de la nueva Constitución, sino que sus reformas tributaria, laboral o de pensiones. Y esto tiene toda lógica. Después de todo, no tiene sentido rehacer los cimientos y la estructura de una casa si el baño se rebalsa, el viento se cuela por muros o el interior se hace irrespirable por los malos olores de los platos que se preparan en la vieja y denostada cocina.