Por Iván Poduje, arquitecto
El frente amplismo parece haber roto la paciencia con las volteretas del Presidente. Le aguantó que pasara de refundar Carabineros a apoyarlos incondicionalmente, dándose emocionados abrazos con el general director Yáñez. También se tragó el cambio de tono con la Araucanía. De la “militarización del Wallmapu” a los estados de excepción, donde el Presidente arenga a las tropas disfrazado de militar. Los sabores del poder, incluyendo convenios y honorarios varios a fundaciones, ayudaron a tragarse todos estos sapos, hasta que el Presidente cometió el error de tocar al perro negro de nombre miserable que los octubristas veneraban como una figura religiosa.
“Yo jamás festiné ni me hizo ningún sentido la imagen burda del perro aquel, del perro matapacos, como le llamaban” fue la frase que desató la ira de su fanaticada. El ex convencional Daniel Stingo le recordó a Boric que sin el estallido -que simbolizaba el negro can- nunca hubiera sido electo Presidente, lo que es totalmente cierto. El humorista Mauricio Balcarce fue más allá, y culpó al primer mandatario de darse vuelta de chaqueta apenas lo aprietan un poco y de no defender ningún principio, todo sazonado con garabatos que son imposibles de reproducir en este espacio.
Boric acusó el golpe. Ese mismo día, reaccionó ante un tuit que ironizaba con sus contorsiones discursivas. “Boric califica de ‘comida basura’ el menú de La Terraza: ‘Jamás me gustó su mayonesa casera y los schops eran asquerosos’”. Recordemos que la primera foto del presidente electo fue saliendo de este boliche en bermudas con zapatillas y un camisa larga. Era una imagen que sintetizaba esa épica juvenil revolucionaria, opacada por los vaivenes del poder y los consejos de Eugenio Tironi, el lobista devenido en sherpa del primer mandatario.
A las 21:42 del 2 de mayo, el Presidente contestó en su cuenta de X: “De las mejores mayo caseras de Santiago. Ayer y hoy. El Shop, refrescante como corresponde”. Pero como era tarde y estaba sin asesores, Boric no reparó en el drama que se vivía en el barrio Yungay, donde él habita o reside, que ese jueves se anotaba un nuevo homicidio. A 10 cuadras de la residencia presidencial, un turista peruano recibió un tiro mortal en la cabeza luego de ser asaltado, pese a entregar todos sus bienes y no oponer resistencia. La crueldad del hecho, captado por una cámara de seguridad, impactó al pueblo chileno, agobiado por el terrible asesinato de los tres carabineros de Cañete. Ambos casos mostraban niveles de maldad que rayaba en la locura. Algo parecido se vivió ayer- viernes 3 de mayo- con un baleo frente a un jardín infantil en la comuna de Maipú
¿Qué tienen en común estas tres historias? Además de representar esta nueva criminalidad que describe el experto Pablo Zeballos, todos estos crímenes ocurren en barrios que salieron de control del Estado. En el caso de Maipú hace 30 años, cuando el Estado decidió concentrar una enorme cantidad de bloques de vivienda social al poniente de la calle Las Naciones. En las villas San Luis, Esperanza y Javiera Carrera la segregación permitió que las bandas ampliaran su poder sin contrapeso, lo que se consolidó en el estallido y se agudizó después de la pandemia, con la llegada de grupos internacionales de crimen organizado. Esa disputa es la que tiene en vilo al Barrio Yungay. Bandas de Perú, Colombia y Venezuela se disputan las calles a balazos, lo que ha dejado un saldo de 16 personas fallecidas en los últimos dos años.
En Cañete, la situación es más crítica. La ruta donde fueron encontrados los tres mártires de Carabineros, ha recibido 182 atentados terroristas desde 2019, que incluyen baleos a furgones escolares, quemas de escuelas y capillas o la ejecución de trabajadores forestales. Es el Chile tomado que avanza como un cáncer mientras el Presidente habla de mayo y chelas desde uno de los barrios más afectados, en ese universo paralelo en que parece habitar con buena parte de su gobierno.