Por Iván Poduje, arquitecto
Jorge Norechi tenía 45 años y trabajaba como guardia en el barrio Meiggs cuando el pasado martes 13 fue interceptado en la calle San Alfonso por un hombre que se bajó de una moto y que, luego de saludarlo amistosamente, se dio vuelta y le disparó tres balazos a quemarropa que lo mataron casi en el acto.
Dos días antes, en el programa Tolerancia Cero, la ministra Carolina Tohá ponía como ejemplo de su gestión el plan de “copamiento” del Barrio Meiggs donde Norechi fue ejecutado, y donde han vuelto los toldos azules que controlan las mafias del comercio ambulante.
En el extremo norte del país, ocurre algo similar con Alto Hospicio. Los homicidios se duplicaron en un año y de acuerdo a un estudio que realizamos en Atisba, esta comuna lidera el crecimiento de los campamentos a nivel nacional entre 2018 – 2022, con 214 hectáreas tomadas, donde viven 30 mil personas sin agua potable, alcantarillado, servicios o comisarías. En San Antonio ocurre lo mismo. Los homicidios también se duplicaron y las tomas crecieron sin control, lideradas por mafias que tienen maquinaria, y hasta corretaje de propiedades.
Además de la impunidad para levantar estas ciudades informales, que tardaremos décadas en resolver, existe una demanda que se ha ido moviendo al mercado negro debido a la lentitud del Estado para dar solución al problema habitacional. El déficit ya superó las 600 mil viviendas y las metas que el gobierno se fijó para este año no podrán cumplirse debido a la burocracia y las presiones que ha recibido el ministro Montes para que no pueda simplificar trámites o diversificar las soluciones habitacionales, incorporando la vivienda prefabricada o industrializada que ya se usa en Europa y Estados Unidos. Pero Montes está casi solo en este tema. Para los políticos de su coalición, y de buena parte de la oposición, el déficit de vivienda o el tráfico de terrenos robados, sencillamente no son tema.
Los “niños primero” se transformó en una frase vacía, cuando nos enteramos que 50 mil niños desertaron del sistema escolar y que otros 25 mil se quedaron sin programas sociales debido a la negligencia de los ministros de Educación y Desarrollo Social, que ni siquiera han sido interpelados, ya que los líderes de Evópoli y el Frente Amplio se abrazan con pasión para celebrar sus acuerdos político-electores.
Tampoco se produjo alarma cuando se informó que 21 mil pacientes murieron en las listas de espera de los hospitales, que los atentados de la zona sur se agravaron, que la canasta básica subió un 27% en apenas un año y que la amenaza de los incendios forestales se ha vuelto a activar amenazando comunas completas como San Pedro de la Paz en el Gran Concepción.
Esta desconexión no es nueva y yo mismo la he tratado en este espacio, pero ahora se agudizó con el Acuerdo Constituyente que genera una verdadera fascinación en la clase política y la intelectualidad criolla. Jornadas maratónicas para negociar “bordes”, columnas para sugerir estrategias y un apasionado lobby para proponer a los expertos que volverán a soñar con un Chile más justo y bueno. Con pena y decepción, he visto que movimientos que venían a renovar la política, como Amarillos o Demócratas, han caído en la misma borrachera negociando cupos y defendiéndose de ataques, como si ellos fueran el centro del problema.
Pero no lo son, ni de cerca. Para la política, el centro son las personas y sobre todo las que sufren y por eso es tan indignante la indolencia que vemos ante esta cascada de noticias que nos muestran un país que hace agua en varios frentes mientras su elite discute sobre el parlamentarismo o el “Estado social de derechos”, que parece una tomadura de pelo considerando la vulneración del derecho más esencial de un ciudadano, que es vivir sin miedo, como dice Macarena Bravo.
Es imposible no asociar esta locura, con esa famosa escena de la película Titanic, donde una elegante orquesta tocaba melodías vestida de traje, mientras los pasajeros corrían aterrados para alcanzar alguno de los botes salvavidas. La diferencia es que en Chile, los músicos parecen no darse cuenta que el barco se está hundiendo.