Por Iván Poduje, arquitecto.
En otra columna comenté cómo la segregación urbana ha acentuado la desconexión entre las elites capitalinas y el resto del país, lo que explica que hayan mirado con desdén la demolición de las “narco casas” en La Florida. Es que la calma artificial que se vive en el sector más acomodado de Santiago funciona como un opioide que impide percibir el terror que se siente en San Bernardo, Victoria o Alto Hospicio, donde los vecinos dejan maniquíes colgados de los postes con letreros que dicen “Ladrón pillado será quemado y muerto”.
Esta semana vimos más demostraciones del opioide de la segregación. En un programa de televisión, Eugenio Tironi señaló que las personas que asistieron al funeral de la sargento Rita Olivares, y que abuchearon al Presidente Boric, eran las mismas que en el estallido atacaban y quemaban comisarías. ¿Por qué Tironi afirmó tamaña barbaridad sin presentar ninguna evidencia? Una explicación es su obsecuencia con el gobierno. O quizás el sociólogo piensa que en Villa Alemana es normal que carabineros, con sus familias, amigos y vecinos, salgan de noche a dispararle a sus propios cuarteles.
Esa desconexión centralista y clasista, también explica la repulsión que genera el fenómeno Bukele. Lo asocian al pueblo tonto que compra recetas fáciles. Al discurso de los extremos y la mano dura. A los promotores del “gatillo fácil” que fue el término usado por la ministra Tohá para referirse a un proyecto de ley que lleva el nombre de dos mártires de Carabineros. ¿Sabrá la ministra de Seguridad que los delincuentes aplican “gatillo fácil” hace años? Recuerdo un caso especialmente doloroso. Un niño de 16 años que recibió un balazo mientras caminaba por La Serena con su padre, luego que dos sicarios lo confundieron con otra persona. Esto fue el año pasado y no logro sacar de mi cabeza los gritos del padre cuando ve a su hijo tirado en el suelo, como tampoco puedo olvidar el maniquí de Alto Hospicio o las multicanchas donde fuman pasta base al lado de jardines infantiles blindados contra balas locas.
Cuando escribo esta columna se informa que el cabo primero Daniel Palma falleció luego de recibir dos balazos en la cara la noche del miércoles. Si los delincuentes son capaces de matar tres policías en 23 días ¿Qué pueden esperar los vecinos desarmados? Es increíble que los políticos sean incapaces de responder este asunto con seriedad. La coalición gobernante sigue instalando el falso dilema entre seguridad ciudadana y Derechos Humanos, defendiendo indultos y pensiones de gracia a delincuentes. La oposición se debate entre las “palomas” que intentan quedar bien con Dios y con el Diablo, y los “halcones” que posan de duros, usando a familiares de carabineros para sacar réditos electorales.
Pero ninguno empuja medidas para entregar seguridad real a las familias. Aún no conocemos una estrategia para terminar con el terrorismo en el sur, mas allá de prorrogar una y otra vez el Estado de Emergencia. Tampoco hemos visto un plan para combatir los carteles que dominan las ciudades del norte o para devolverle a los vecinos los espacios públicos y multicanchas tomadas por bandas para traficar y consumir droga.
Es esta indolencia la que nos lleva al escenario de la “mano dura”. Esa indolencia explica que en Argentina un personaje de televisión como Javier Milei, conocido por insultar a la “casta política”, lidere las encuestas presidenciales y que un ministro de Seguridad haya sido linchado en Buenos Aires por micreros enfurecidos por el asesinato de otro colega.
Ya no sirven los discursos políticamente correctos, ni los Rambos de tuiter o los amigos ABC1 de la primera línea. Nuestro país requiere liderazgo y visión de Estado para enfrentar esta crisis de seguridad, y más que Bukele conviene mirar a Emmanuel Macron. El mandatario francés defiende libertades civiles, pero no duda en aplicar todo el poder del Estado a cualquiera que amenace la seguridad de los franceses. Un líder con el coraje para terminar con un sistema de pensiones quebrado, sabiendo que pedirán su cabeza, está dispuesto a entregar por el compromiso con su pueblo. Eso necesitamos en Chile. Nada más, pero nada menos.