Por Iván Poduje, arquitecto
La cadena de hechos delictuales observados en lugares tan distintos como Meiggs, Isidora Goyenechea o el persa Bío Bío, tienen elementos en común que quisiera analizar en esta columna. Lo más preocupante es una frecuencia mayor de los incidentes y un desplazamiento de estos hacia sectores céntricos o con alta afluencia de personas. Además, vemos una actitud más temeraria de los victimarios, que no trepidan en usar armas de fuego a plena luz del día o atacar el auto del Presidente cuando salía de un hospital.
Existen tres factores que explican esta escalada. Uno es la indiferencia de las élites con los problemas que ocurren fuera de su kilómetro cuadrado, lo que permite que se acumulen hasta reventar por varios lados. Por décadas nos hicimos los tontos con el avance del narco en las poblaciones y normalizamos que escuelas y consultorios tuvieran que blindarse para protegerse de las balas locas. Esta indiferencia permitió que la actividad criminal se expandiera como un cáncer y penetrara organizaciones sociales, barras de fútbol y la política. Hoy este monstruo mide miles de hectáreas y se extiende por varias comunas y barrios completos en las capitales regionales.
En segundo lugar, tenemos otra élite, paternalista y compasiva, que defiende el comercio informal como una actividad de subsistencia, y que promueve la migración como un derecho humano que el Estado debe garantizar, sin evaluar si cuenta con las capacidades para ofrecer salud, educación o vivienda. El resultado ha sido un crecimiento de los conflictos entre extranjeros y residentes por el rebalse de consultorios o escuelas, la importación de patrones delictuales y la conformación de mafias que defienden sus intereses a balazos como vimos en la tragedia de Meiggs.
El tercer factor que explica esta escalada es otra élite que valida políticamente la violencia usando a sectores populares como carne de cañón para pelear sus batallas. Eso ocurrió en el estallido con los jóvenes marginales de la primera línea, endiosados primero y desechados después, por rostros y figuras que iban a la “Plaza Dignidad” a buscar fama revolucionaria o jugar a ser corresponsales de guerra. Antes hicieron lo mismo con los liceos emblemáticos. Usaron a estudiantes y apoderados para sus experimentos académicos, demonizaron el mérito y el esfuerzo, y terminaron hundiendo liceos claves para la movilidad social con tal de catapultar sus carreras políticas.
¿Qué tienen en común la indiferencia, el paternalismo y el uso político de la violencia? Sus promotores son todos vecinos. Habitan el mismo sector geográfico de Santiago, o para ponerlo en términos constituyentes, comparten un “macroterritorio” y una cosmovisión ABC1 que recorre todos los sectores políticos. Es una élite que habla de la élite en tercera persona, que asiste a los mismos colegios que no se queman, que vive en barrios que jamás son saqueados en las marchas y cuyas plazas nunca son ocupados como baños o albergues para migrantes.
El macroterritorio ABC1 se ubica a cientos de kilómetros de la Araucanía, así que sus residentes pueden hablar de “reinvidicaciones ancestrales”, “conflictos entre naciones” y otras entelequias para no usar la palabra terrorismo, que es lo que harían si en Vitacura o Ñuñoa, familias completas fueran desalojadas a medianoche para quemarle sus casas o trabajadores murieran ejecutados con rifles de asalto mientras se dirigen al trabajo por la Costanera Norte.
En resumen, esta escalada de violencia es otra expresión de la autosegregación y centralismo de las élites capitalinas y su indolencia frente a los problemas que afectan a las mayorías. Por eso romantizan la precariedad del comercio informal, califican cualquier crítica a la migración de xenofobia y han llegado al extremo de situar la violencia política como la “partera” de un nuevo Chile virtuoso, que por supuesto los tiene a ellos de protagonistas, protegidos por las fronteras de su ciudad invisible.
Pero los microestallidos podrían cambiarlo todo. Su frecuencia y agresividad está creciendo a tasas explosivas que podrían comprometer la paz social necesaria para cambiar el “maldito” modelo neoliberal. Además, como la escalada de delitos se está desplazando de las periferias a los centros, es cosa de tiempo para que cruce el macroterritorio y estas élites indolentes, paternalistas o violentas se encuentren frente a frente con el monstruo que crearon y que ya no pueden controlar como antaño.