Por Iván Poduje, arquitecto
Por mi formación de arquitecto, tiendo a pensar que el diseño de los edificios incide en las conductas de sus habitantes y un ejemplo de libro sería el Congreso de Valparaíso, una horrenda torre color vainilla que tiene que haber influido en el deterioro de la actividad parlamentaria, que se parece cada vez más a la película Calígula de Tinto Brass: una suerte de imperio decadente que se hunde en excesos, aislado del mundo real.
Salvo por la asunción del Presidente Aylwin y algún anuncio del 21 de mayo, cuesta encontrar hechos significativos en la historia de ese inmueble ubicado en la avenida Pedro Montt sin número. Nunca se armó un barrio cívico como sucede con los otros poderes del Estado, ya que hasta hoy, los parlamentarios entran y salen en sus autos como si fuera un apéndice de Santiago. Por ello, el entorno del Congreso está peor que hace 30 años, incluyendo el vetusto terminal de buses y la deteriorada avenida Argentina.
Algo muy distinto ocurre con el antiguo Congreso Nacional de Santiago. Diseñado por los arquitectos Brunet de Baines y Celli, e inaugurado en 1876, se trata de un hermoso edificio neoclásico rodeado por un parque de 7 mil metros cuadrados en pleno corazón del centro histórico. Como los parlamentarios de antaño caminaban por la calle y debatían en restoranes y cafés, el Congreso se transformó en un polo de desarrollo, junto a la sede del poder judicial, la Academia Diplomática y cientos de oficinas. En los últimos años este potencial se reforzó con la llegada del Metro, y proyectos notables como la plaza de los tribunales o el paseo Bandera.
Por ello me alegré cuando supe que Convención Constitucional (CC) trabajaría en el exCongreso, además, del Palacio Pereira. Imaginé que su diseño, el parque y las historias que guardan sus paredes, los inspirarían para afrontar este histórico momento. Pero me equivoqué. La primera señal fue un video de los constituyentes bailando El derecho a vivir en paz de Víctor Jara. El problema no era la hermosa canción de Jara, sino que la cantaran, sin nada de entonación, mientras hacían una coreografía similar a las rondas de seminarios de coaching, donde la gente se abraza y llora, para escuchar algún gurú como Tony Robbins.
Luego vino el performance de los constituyentes disfrazados de Pikachu y T-Rex, que fue demasiado parecida al vuelo de la diputada Jiles disfrazada de Otaku, que representa el momento Calígula de Valparaíso. A los pocos días, el padre de un constituyente reclamó por las condiciones en que almorzaba su retoño y Beatriz Sánchez lo secundó, diciendo que tenían que comer en el suelo, que en realidad era en el parque del exCongreso. Para mi sería un gran panorama, pero si les molestaba tanto, no entendí porque no caminaron al casino que tienen en el Palacio Pereira o a un restorán del sector, como lo hacen miles de trabajadores.
Pero lo más grave vino cuando los constituyentes se subieron las asignaciones para viáticos y asesores de $1,5 a $4 millones de pesos mensuales. Entonces concluí que no era justo culpar a los arquitectos del Congreso de Valparaíso, ya que el problema no era el edificio ni el barrio. De hecho, varios constituyentes han caído en conductas similares a las observadas en Pedro Montt sin número. Se toman la tarde libre, se pelean en redes o discuten cuestiones irrelevantes. Si en Valparaíso fue el día de la rayuela, en la CC se debate eliminar la palabra “República” para referirse a Chile, como si tal cosa fuese posible y alguien les fuera a hacer caso.
¿Se estará repitiendo el fenómeno Calígula? Es demasiado prematuro para decirlo y debemos cuidarnos de no criticar mucho a la CC, para no ser tildados de ultra derechistas reaccionarios. Así que escogí otra película: Las Crónicas de Narnia, basada en la estupenda serie de libros de C. S. Lewis. En ella varios adolescentes encuentran en el clóset de una casona –ya imagino al exCongreso- un pasadizo que les permite entrar a un mundo de fantasía con animales parlantes- ¿serán Pikachu y el perro negro?- donde libran una lucha épica contra el mal, encarnado en Chile por el modelo neoliberal y sus múltiples derivaciones.
Definitivamente Narnia representa el mundo paralelo en que viven varios constituyentes. Mientras la mayoría de los chilenos sale del encierro y trabaja duro para llegar a fin de mes, ellos se suben las asignaciones, reclaman por el menú o hacen bailes de disfraces. Si esto no cambia pronto, la probabilidad de que tengamos otro Calígula es alta, y eso sería complicado para el destino de la República, si todavía existe esa noble palabra en nuestra futura Carta Magna.