Por Iván Poduje, arquitecto.

El rector Carlos Peña ha levantado un debate relevante para abordar el futuro de las ciudades chilenas en lo que respecta a la recuperación urbana y patrimonial. Peña comparó la magnífica reconstrucción de la catedral de Notre Dame en París luego de un incendio en 2019, con el abandono en que se encuentran nuestros templos, afectados por el fuego intencional y rabioso del estallido.

Notre Dame será inaugurada en los próximos días y el acto será celebrado en toda Europa. Pero el contraste con Chile no pasa solo por la capacidad de los franceses de reconstruir lo dañado en cinco años mientras nosotros no hicimos nada. Tanto o más importante es la forma en que se respetó la obra a restaurar. Al comienzo el concurso para reconstruir Notre Dame fue muy abierto, lo que dio lugar a iniciativas que reinterpretaban la catedral con un lenguaje más contemporáneo. Incluso hubo propuestas que cambiaban los colores, la iluminación y hasta la forma de la nave central y la aguja.

Finalmente se escogió una propuesta funcionalmente perfecta pero prácticamente igual a la estructura que se quemó, y que se complementará con un notable trabajo de mejoramiento del entorno desarrollado por el paisajista belga Bas Smet. Se optó por replicar lo que existía no porque los franceses sean conservadores en arquitectura urbana– basta ver la pirámide de I.M. Pei frente al Louvre o el Arco de la Defensa de Von Spreckelsen. Lo que ocurrió es que se dieron cuenta que la forma de la catedral era demasiado gravitante para ser reinterpretada y a la vez muy sensible para ser alterada.

Nosotros no tuvimos ninguna consideración de este tipo. Decidimos hacer tabula rasa con la Plaza Baquedano, eliminando el monumento y sacando al soldado desconocido. Por razones ideológicas o simple cobardía, el Estado cedió ante la violencia de las turbas que se tomaron y destruyeron ese hito urbano. A diferencia de la Armada que defendió a Prat en la Plaza Sotomayor, el Ejército de Chile no solo cedió a esta petición. También organizó la operación de desmonte, de noche y casi a escondidas.

Para coronar esta falta de respeto con nuestro patrimonio, la rotonda que por años dibujó esa postal metropolitana será demolida para pasarle una calle por arriba. El plinto del monumento a Baquedano, ahora vacío, será desplazado al borde del río y es posible que se ocupe con otra escultura, como lo sugirió un funcionario menor del gobierno, lo que da cuenta de la poca importancia que tiene este asunto para las autoridades. ¿Se imaginan al Presidente de Francia permitiendo algo así en Napoleón? ¿O al primer ministro británico con el monumento a Nelson?

Caminando por al Arco del Triunfo pensé que hubiera pasado si un gobernador o alcalde, hubiese decidido sacar al soldado desconocido que yace en la base para poner su propia escultura o apagar la llama siempre encendida en honor a los héroes. De seguro lo hubieran sacado a patadas del cargo. De hecho el Arco del Triunfo fue limpiado, reparado y resguardado cada vez que hubo protestas que fueron más masivas que las chilenas del estallido, como la revuelta de los chalecos amarillos o los disturbios de Clichy-sous-Bois de 2005. Y tuvo guardia militar cuando existieron amenazas terroristas para volarlo en pedazos. El Estado francés entendió que se rol era cuidar el Arco y respetar lo que simboliza el Soldado Desconocido para la historia y las generaciones futuras.

Cuando se reinaugure Notre Dame seguirá coronando el cielo parisino con el Arco la Torre Eiffel o la Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre. Seguramente se irán sumando nuevos proyectos que complementarán, pero no reemplazarán el paisaje que heredan, como ocurrirá en Santiago con la nueva Alameda, el monumento escondido o los templos quemados y abandonados. Un símbolo de la flojera. Del desprecio por nuestra historia y nuestros héroes y una señal de cobardía que, temo, nos pesará mucho en el futuro.