Por Iván Poduje, arquitecto

En este espacio felicité la iniciativa del exalcalde Joaquín Lavín, que buscaba construir un edificio de viviendas sociales para los vecinos de escasos recursos de Las Condes. Aunque eran solo 85 departamentos, sobre un déficit estimado de 3.000 para toda la comuna, la torre de Lavín era un símbolo de la estrategia de integración social que impulsaría con otros proyectos como Santa Zita o Cerro Colorado.

La torre se construyó, pero se encuentra desocupada hace 11 meses. Una traba burocrática relacionada con el avalúo de la vivienda para clasificarla como social, ha impedido que las 85 familias puedan cumplir el sueño que les prometió el municipio. Imagine lo que sienten cada vez que pasan por la avenida Colón y ven ese edificio gris oscuro de 15 pisos completamente vacío. Un verdadero monumento a la desidia, considerando el costo de la obra – pagado por los contribuyentes- y la crisis habitacional que vive el país.

El resto de los proyectos de vivienda social de Las Condes también están detenidos. El caso más grave es Cerro Colorado donde estaban puestas las esperanzas de 300 familias de la Villa San Luis con las cuales me tocó trabajar. Este proyecto de integración social se emplazaba en un terreno del Serviu ubicado en la calle Cerro Colorado, entre Alonso de Córdova y Américo Vespucio, donde por años funcionó un club de tenis. El anuncio se hizo hace cinco años con maqueta, bombos y platillos, pero el avance ha sido nulo, debido a la falta de voluntad del municipio.

Sigamos. En la avenida Las Condes la Corfo tiene en venta 22 mil metros cuadrados, ubicados al costado del estadio institucional, y un poco más arriba, cerca del hospital Dipreca, existe un predio de 18 hectáreas de propiedad de Carabineros con norma para levantar viviendas, y una topografía que impide cualquier ampliación del recinto de salud. ¿Qué hace la Corfo impulsando negocios inmobiliarios? ¿Por qué Carabineros tiene esa tierra botada y no construye un barrio para sus funcionarios que pueda combinarse con casas para segmentos medios?

Ahora le agrego otro dato: en Santiago una regulación absurda impide ocupar 10 mil hectáreas urbanas que rodean comunas consolidadas como Maipú, San Bernardo o Quilicura cuyos propietarios deben destinar, por norma, un 30% para viviendas que reciben algún tipo de subsidio habitacional, lo que suma 60 mil sitios de 300 metros cuadrados para casas con patio y parrón. Mientras esta tierra está congelada, los precios no paran de subir, al igual que los campamentos o los índices de hacinamiento residencial.

Esto no siempre fue así. Según la encuesta Bicentenario UC, en 2011 el 40% de los chilenos pensaba que cualquier trabajador podía tener su vivienda propia. En 2022, ese número se desplomó a 12%, lo que es una tragedia considerando la relevancia de la casa en el desarrollo del hogar y el patrimonio familiar. ¿Qué explica esta tragedia? Una mezcla fatal de estancamiento económico con regulaciones urbanísticas de país rico, perfectamente sintetizadas en la torre de Lavin: un edificio de viviendas sociales que costó 12 mil millones abandonado por un trámite menor, mientras sus futuros ocupantes viven allegados.

Si esto ocurre en la comuna más rica de Chile, imagine cómo puede ser en el resto. Ahora sume la inseguridad, las listas de espera en salud y la violencia que se vive en las escuelas. Quien no vea en esto una olla de presión está ciego o muy desconectado, pensando en el litio como el motor de un Chile que no somos. Debemos aterrizar con urgencia y la mejor forma de hacerlo es recuperando el sueño de la casa propia para los chilenos. Una casa propia con patio y parrón. Está la tierra y los recursos. Solo falta la voluntad política para empujar acciones y guardar, por un rato, las promesas y los relatos.