Por Jaime Godoy F., profesor titular, División de Neurociencias. Pulso Legislativo, Facultad de Medicina UC
La emisión masiva de licencias médicas injustificadas es un delito que, razonablemente, ha conmocionado a la opinión pública. Surge entonces la muy válida pregunta: ¿cómo evitar estas conductas? Sin duda hay instrumentos legales que la sociedad espera que se apliquen con el mayor rigor y que se hagan las debidas modificaciones normativas para desincentivarlas; ya se habla de aumentar las sanciones y mejorar las fiscalizaciones. Todo muy necesario. Sin embargo, desde la mirada del médico, la transgresión ética resulta más dolorosa y relevante, porque rompe con la esencia misma de la medicina: el cuidado de los pacientes.
¿Cómo puede un médico no entender que este delito afecta finalmente a miles de pacientes que no tendrán acceso oportuno a prestaciones de salud, afectando en muchos casos para siempre la calidad de vida, no solo de los enfermos pacientes sino también de sus familias? Porque en todo acto médico, por muy administrativo que parezca, siempre hay, finalmente, personas concretas que se benefician o perjudican.
En todos los tiempos y culturas, los fines de la medicina deben orientar siempre el actuar del médico, tanto cuando atiende directamente a un paciente como cuando toma decisiones que indirectamente repercutirán en ellos, aun en tiempos como el actual, en el que el vertiginoso y fascinante mundo de la tecnología, y la creciente escasez de tiempo que podemos dedicar a nuestros pacientes arriesgue obnubilar nuestra práctica.
Esto nos lleva a reflexionar si el camino punitivo es el único para evitar estas graves transgresiones o si además debemos reforzar la enseñanza de la ética en nuestras escuelas de Medicina y volver a poner a todos los profesionales de la salud bajo la tuición ética de pares. Porque la mayor sanción para un médico será que se le enrostre que ha traicionado su profesión y el juramento que alguna vez hizo, en otras palabras, que ha dejado de ser médico. La convicción profunda de que todo nuestro actuar debe contener, inseparablemente, ciencia y conciencia es la más segura y eficiente manera de resguardar la ética en todas las dimensiones de la práctica médica.