Por José Di Mauro, periodista y analista político argentino.

Javier Milei cumple su primer año en el gobierno habiendo cumplido dos sueños. Uno, prometido en campaña: bajar la inflación. El otro, íntimamente deseado por él mismo, que lo celebra fervorosamente: convertirse en una celebridad mundial.

Prometió muchas otras cosas más el Presidente argentino al que pocos vieron venir. Cambió varias de entrada, otras sobre la marcha. La dolarización ya no es un objetivo innegociable; el Banco Central no será dinamitado y, por el contrario, su titular es muy ponderado por el propio Milei.

El peso argentino ya no es “excremento”. Por el contrario, se encamina a cerrar el año como la moneda que más se fortaleció a nivel global.

Quienes le auguraban al líder de La Libertad Avanza una salida anticipada, hoy se espantan ante lo que no pocos alertan como un “vamos por todo”.

El Presidente con una minoría más extrema de la historia argentina -seguramente con pocos parangones internacionales- logró dominar el Parlamento, donde prácticamente todo lo que se propuso hacer lo consiguió. Los más experimentados protagonistas del Congreso le reprochan, sin embargo, no haber buscado acrecentar su fuerza, limitándose a haber alcanzado el tercio necesario para sostener su poder de veto. A la luz de los hechos, no puede decirse enfáticamente que no le asista la razón.

El próximo año es electoral, las temidas elecciones de medio término, temidas por todo gobierno no peronista. Y, sin embargo, iniciará 2025 como favorito para alzarse con la victoria.

Milei conserva elevados porcentajes positivos en todas las encuestas, pese a la magnitud del ajuste que ha emprendido y mostrar a cada paso una insensibilidad notoria. Esta última semana el gobierno eliminó los descuentos del 100% en medicamentos para una enorme masa de jubilados, y sin embargo las protestas no escalaron. “Ya empezarán a entrarle las balas”, auguran los críticos, un sector ganado por el escepticismo.

Más allá de las dosis de pragmatismo exhibidas de manera módica, Milei cumplirá su primer año sin haber cambiado las formas disruptivas que lo hicieron Presidente: lejos de moderar su espíritu volcánico, ha redoblado sus enojos. Convencido de que esa es su esencia y el combustible de su gestión.