Columna de José Rodríguez Elizondo: Chile contra Chile
Por José Rodríguez Elizondo, abogado, ex diplomático y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2021.
Si el seguimiento del debate constitucional depende de sus principios, yo estoy pegado en el de la plurinacionalidad. Como ya fue aprobado, no atino a pasar a otros temas. Pienso que, con ese principio, nuestra “casa común” tendría piso de paja, paredes de cartón y tejado de vidrio.
Con su compleja configuración geopolítica y su tejido de tratados de límites (“intangibles” hasta por ahí no más), Chile dejaría de ser un Estado-nación unitario. En su reemplazo surgiría un Estado de endo-naciones, con derecho a la autodeterminación y poderes, presupuestos, justicia, territorios y “maritorio” propios. Cualquier experto sabe que esto disminuiría el potencial de nuestro país, ante sus vecinos y el mundo, a expensas de quienes podrían generar políticas separatistas.
No es fantasía. Notables diplomáticos peruanos detectaron que Evo Morales, apoyado por Pedro Castillo, quiso aplicar la plurinacionalidad para obtener una salida soberana al mar. Buscaba instalar una nación aymara entre Chile y Perú, que luego se incorporaría a Bolivia. Fin del tratado chileno-peruano de 1929.
Para Álvaro García Linera, ideólogo de Morales e inamistoso crítico de Chile, en la base de todo está el rol protagónico de los pueblos originarios. En su libro Comunidad, Socialismo y Estado Plurinacional, presentado en 2015 en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, dice que en ese tipo de Estado “los indígenas son la fuerza motriz” y articulan el bloque histórico en el poder. También explica que, en su país, “ninguna Constitución fue de consenso”.
Lo normal es que tan grave debilitamiento de un Estado sea efecto de anormalidades enormes: revoluciones, dictaduras iniciales o terminales, conflictos territoriales o guerras perdidas. Nunca fruto de una decisión libre y democrática. Ahí están las cuatro Alemanias de 1945, los dos Vietnam posacuerdos de Ginebra de 1964 y la España de las Autonomías, tras 40 años de franquismo. Es lo que Vladimir Putin está buscando hoy, con su invasión a Ucrania: dos naciones oficiales, bajo hegemonía de la rusa.
Estamos, entonces, ante una excepcionalidad chilensis asombrosa, que está pasando piola, para decirlo en jerga. Esto, porque identificamos plurinacionalidad con descentralización y multiculturalidad, que son objetivos inobjetables y, además, porque no hay voz oficial que nos informe.
Por lo dicho, tengo sentimientos encontrados. Como los “amarillos” de Cristián Warnken, soy partidario de las reformas profundas que se necesitan pero, al mismo tiempo, quiero conservar a mi país.
Ya perdí a Chile en 1973 y no quiero perderlo por segunda vez.