Por Juan Pablo González, Director Magister Musicologia Latinoamericana UAH
En los años 60, la serie de televisión Los Supersónicos presentaba a una familia del futuro que solo se alimentaba de píldoras. Si bien la serie parecía ser optimista al presentar un futuro sin las complicaciones de mantener una cocina funcionando, eso resultaba bastante triste y hasta distópico. Un argumento similar encontramos en la televisión chilena para reducir una orquesta a un pendrive. Algo práctico, por cierto, pero que nos enfrenta a un presente donde las máquinas empiezan a reemplazar al ser humano en lo más íntimo que lo define: su capacidad de producir arte. ¡Cómo podría imaginar Izidor Handler, fundador de la Orquesta Sinfónica de Viña del Mar y de la Orquesta del Festival de Viña, que llegaría a suceder algo así! Si bien no existían los pendrives cuando el maestro polaco huyó de su tierra natal con un violín bajo el brazo en plena Segunda Guerra Mundial, llegó a un país con personas que amaban la música y admiraban su máxima expresión: la orquesta.
Esa fue la orquesta que Horacio Saavedra recibió a comienzos de los años 70 y que dirigió por cerca de 40 años, etapa en la que el festival despegó definitivamente, transformándose en un evento de alcance mundial. En esa orquesta trabajaron los mejores músicos nacionales que debían acompañar canciones de los cinco continentes y a grandes artistas del show, como Sandro, Adamo, Raphael, Raffaela Carrá, Isabel Pantoja, Donna Summer o Sting. Hasta Paul Mauriat y Ray Conniff la dirigieron.
A lo largo del tiempo la tecnología ha ido cambiando las orquestas, pero siempre en favor de ellas, no en su contra. La amplificación, por ejemplo, permite potenciar su sonido y mejorar su ecualización al aire libre. El uso de pistas sobre la ejecución en directo –over playback–, contribuye a mejorar el sonido resultante para la televisión, industria que se ha desarrollado con muy poco manejo de la música en vivo. Es curioso conocer los argumentos que directores y productores de televisión nos dan para reducir una orquesta a pistas grabadas: “Se evitan las equivocaciones”, “debe imperar el pragmatismo por sobre el romanticismo”, “la orquesta incomoda en el escenario”, “es solo un tema estético”.
Pues bien, un festival de la canción es justamente eso, un tema estético, con canciones románticas acompañadas de orquestas de profesionales que saben lo que hacen y que tienen lugares adecuados para no “incomodar” en el escenario, como el foso de orquesta que, claro, ya lo habían eliminado de la Quinta Vergara. ¿Quedará satisfecho el monstruo con píldoras en vez de asados? Es mejor que la producción tome precauciones al respecto.