Por Leopoldo Vallejos, mundialista en Alemania 1974
A Franz Beckenbauer lo enfrenté en varias oportunidades. En el Mundial de 1974, que es la ocasión que más se recuerda, por todo lo que implica, y en otras ocasiones más. Vino a jugar torneos de verano, los famosos hexagonales, cuando el Estadio Nacional se repletaba, por el nivel de las figuras que venían y porque también jugaban los equipos más populares de Chile.
En ese tiempo, Beckenbauer era volante, pero era tan bueno técnica y físicamente que lo mandaron a jugar atrás. Todos hablan de él como central, pero realmente era un mediocampista muy bueno. Cuando vino, ya se podía ver que era un jugadorazo, que no solo hacía goles, también buenos pases. Y que llegaba al área para convertir goles. Era un jugador completísimo. Responsable tácticamente, recuperaba la posición muy bien. Tenía todas las condiciones que, no por nada, lo transformaron en uno de los mejores jugadores de fútbol de todos los tiempos.
Como central era muy ordenado. Tenía su genio, el carácter típico de los alemanes. Creo que le surgió más cuando empezó a jugar de último hombre, porque tenía que ordenarlos a todos. Sobre todo a los mediocampistas. Por algo era el Káiser.
Jugar contra Beckenbauer fue, desde todo punto de vista, una gran experiencia. Y más en un Mundial. Menos mal que no había tres Alemanias, porque nos habrían puesto a las tres. Si nosotros le ganábamos a Australia clasificábamos. Franz era un jugador muy completo, como Elías. Técnicamente era extraordinario. Salía elegantemente de atrás. Hacía jugar al equipo desde atrás. Organizaba todo. Recuerdo, por ejemplo, que el lateral derecho se puso a marcar a Caszely, seguramente porque se lo habían ordenado, y lo mandó a llamar. Ese fue un partido parejo. Tuvimos dos o tres ocasiones de gol, que no concretamos. Ellos llegaron harto a mi arco, también.
Le pegaba fuerte al balón. Convertía goles desde media distancia. Todo el mundo hablaba de sus virtudes, porque todo el mundo las conocía.
Era un caballero. En la cancha todos lo somos, son pocos los que se salen de las casillas. Hay que tener calma. Tenía su personalidad también. Ser reconocido mundialmente le generaba respeto entre sus rivales y entre sus compañeros. Para mí, fue un honor jugar contra el Káiser.