Por Magdalena Vergara, directora de estudios IdeaPaís

Los prejuicios hacia las nuevas generaciones suelen estar envueltos en ese manto nostálgico de que “todo pasado fue mejor” y el “nosotros no éramos así”. Sin embargo, cualquier crítica a las nuevas generaciones pasa también por una fuerte autocrítica de sus predecesoras, pues la manera en que piensan los jóvenes es también fruto de lo que como sociedad hemos transmitido y las experiencias de vida que les hemos entregado. Por ello, los cambios en conductas, modos de vida y formas de relacionarse de los jóvenes merecen reflexiones profundas sobre las condiciones sociales y culturales en las cuales se producen estos cambios.

Un buen ejemplo para mirar esto es la valoración que tienen los jóvenes respecto del matrimonio y los hijos: no se quieren casar ni tener hijos. Este fenómeno no radica sólo en los más jóvenes. Hoy en Chile tenemos la menor tasa de fecundidad de nuestra historia (1,3 hijos por mujer) y los matrimonios han disminuído al punto que en el año se producen más divorcios que celebraciones. Problema del cual Gonzalo Vial nos advirtió hace años: la descomposición y desaparición de la familia, especialmente en los sectores populares. ¿Cómo valorar algo cuya experiencia no se tuvo? Papás ausentes, madres abandonadas con la “carga” de los hijos, es en muchos casos la experiencia que se hereda.

Los cambios sociales no son espontáneos ni pueden forzarse. Pueden haber encausantes como la pandemia y los efectos que tuvo el encierro en la socialización, o la digitalización que promueve relaciones efímeras y moldeables. Fenómenos que preocupan en especial por sus desconocidas consecuencias. Sin embargo, poco advertimos los enraizados problemas que tenemos en las cuestiones más primarias y fundamentales de nuestra sociedad. La quinta edición de la Revista Raíces de IdeaPaís “Dilemas de la juventud”, busca ser un aporte en esta reflexión, analizando a las nuevas generaciones a la luz de nuestras estructuras sociales más elementales.