Por Manuel Gárate, Instituto de Historia Pontificia Universidad Católica de Chile. Investigador COES
Los ánimos están crispados y en no pocas familias el debate se ha transformado en amargas disputas y en más de algún portazo. Todo ello con ocasión de la segunda vuelta de este domingo. Los candidatos José Antonio Kast y Gabriel Boric representan posiciones aparentemente irreconciliables sobre el diagnóstico de la sociedad chilena y su futuro inmediato. Ninguno de los dos aparecía como favorito hasta hace pocos meses, y tampoco imaginaron encontrarse en una posición tan expectante tras un largo periodo de pandemia global y a casi dos años del estallido social. Para quien resulte vencedor, se vienen tiempos difíciles y tendrá que sentarse a negociar con los adversarios los cambios que el país reclama hace años. Si hay algo que resulta evidente es que la explosión social del 2019 no tiene signo político, pero sí una exigencia por una sociedad más justa e inclusiva.
Las comparaciones y analogías con momentos anteriores de la historia reciente del país surgen de manera espontánea y según la generación que los evoque. Para algunos, esta segunda vuelta rememora aquella de enero de 2000 entre Lagos y Lavín, que pocos recuerdan estuvo marcada por la detención de Augusto Pinochet en Londres, y la extrema polarización que generó en el país desde su arresto en octubre de 1998. Todo ello en medio de las repercusiones económicas de la crisis asiática del 97-98. Se hablaba del primer socialista que llegaba a La Moneda después de Allende y del nivel de incertidumbre y temor que generaba en los mercados. Nadie imaginaba que pocos años después sería ovacionado por los empresarios en un contexto del súper ciclo del cobre.
El plebiscito de 1988 también aparece como un momento comparable, sobre todo por el nivel de polarización política y la lógica del todo o nada que se instaló en aquellos días. Se dijo que si ganaba la opción NO el país viviría en el caos y se volvería ingobernable. Apenas un año y medio después, los mismos fantasmas resurgieron con ocasión de la elección presidencial que enfrentó a Aylwin y Büchi. Recuerdo claramente cómo también se hablaba de un candidato apoyado por extrema izquierda y cuyo programa económico estaba destinado al fracaso. Parecía otro salto al vacío que la sociedad chilena estaba dando. Finalmente, nada de aquello ocurrió y los chilenos y chilenas eligieron el diálogo y las reformas para salir del atolladero. Hubo promesas que se postergaron, quizás por demasiado tiempo, pero también el país necesitaba paz tras casi 20 años de enfrentamientos y dictadura.
Ahora cuando nuevamente nos enfrentamos a lo desconocido y a los discursos tremendistas, la metáfora del “salto al vacío” vuelve a aparecer. Sin embargo, si alguna lección nos puede dejar la historia reciente es que el pueblo chileno no teme a lo nuevo si aquello se le presenta como un horizonte posible de cambios y equidad. Ni fiebre revolucionaria ni orden a cualquier precio.