Columna de Manuel Vicuña: En otro mundo

Desconectados

El estudio del COES ofrece evidencia que permite hacerse una idea clara de los calces y descalces entre las élites económica, política y cultural. Impresiona la magnitud del divorcio de la élite económica con el resto del país, otras élites incluidas; responde a orientaciones que pueden situarse en las antípodas del sentir general.



Estudiar las élites siempre ha sido necesario, aunque por momentos fue mal visto. Durante años, la historia social volcó su atención a los sectores populares, con la idealización del peón-gañán como héroe indómito, desatendiendo la investigación sobre los sectores dirigentes, lo que supone cerrar los ojos frente a las formas en que se ha ejercido y distribuido el poder en Chile. Esta omisión resulta aún menos aconsejable en el contexto de una democracia aportillada y la irrupción de una ciudadanía engrifada.

Esa indiferencia hacia las élites como objeto de estudio viene cambiando desde hace años, y esta investigación del COES viene a confirmarlo. Hablar de élites parece una obviedad, pero está lejos de serlo. Durante más de un siglo, en Chile existió una élite, así, en singular. La misma persona podía detentar el poder económico, ejercer altas funciones estatales, terciar en el debate público y animar los cenáculos literarios. Conforme avanzaba el siglo XX, esa élite dio paso a varias élites distintas, producto de la diferenciación funcional de una sociedad cada vez más compleja.

En concreto, el estudio del COES ofrece evidencia que permite hacerse una idea clara de los calces y descalces entre las élites económica, política y cultural, así como sus grados de sintonía y discordancia con las preferencias de la ciudadanía. Aporta datos relevantes para la discusión académica. Pero también entrega información fundamental para la discusión pública en torno a cuestiones de interés colectivo que resultan apremiantes en la coyuntura actual.

Algunas muestras. Las tres élites analizadas han seguido una trayectoria que abandona masivamente la educación pública para apostar por la educación privada, aumentando generación tras generación la endogamia social. En la ciudadanía, por otra parte, se advierte un descontento mayoritario con el funcionamiento de la democracia, a la vez que existe un acuerdo amplio entre las élites y la ciudadanía sobre el valor de los plebiscitos.

Aunque las coincidencias entre los cuatro sectores consultados son pocas. Las élites habitan las cumbres: observan las cosas desde otra perspectiva. Cumbres distintas, eso sí. Las divergencias a veces son extremas entre una élite y otra. Impresiona la magnitud del divorcio de la élite económica con el resto del país, otras élites incluidas; responde a orientaciones que pueden situarse en las antípodas del sentir general. Sus preferencias, sobre todo al evaluar ciertos escenarios de conflictividad y la confianza en las instituciones tienden a alejarse de la realidad o, si se prefiere, del consenso suscrito por la calle, los medios de comunicación, las ciencias sociales y la prensa internacional.

Ese desacople hace pensar en una resistencia a tomarle el peso a la situación actual. La élite económica vive en otro mundo. Mala cosa para todos, si se repara en el siguiente dato de este estudio: todas las élites le otorgan a los grandes grupos económicos mayor poder que al Ejecutivo.

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