Por Marcelo Contreras, periodista y crítico de música.

El Festival de Viña ha experimentado varias vidas con rasgos definitorios desde su big bang en 1960. La municipalidad soñó siempre con el renombre internacional como enganche turístico, la prensa caldeaba las polémicas y críticas, los artistas argentinos utilizaron tempranamente su escenario como plataforma para conquistar Latinoamérica -Leonardo Favio prometió vivir en Chile tras triunfar en 1969-, y las competencias musicales se subordinaron al show. Cada cierto ciclo el evento atraviesa una crisis matrimonial con la estación a cargo y cambia de pareja, un reseteo para adaptarse a las novedades de la industria de los espectáculos y seguir relevante.

Con la misión de mantener y ampliar el interés del público más complejo del mercado -el grueso de la población, margen que ningún otro festival enfrenta-, este capítulo de la mano de Mega y la productora Bizarro resolvió los desequilibrios de las últimas versiones, con una parrilla que baraja sensatamente los distintos targets, agrupados por día.

Para generaciones mayores, por ejemplo, la comediante Pam Pam no dice nada -viene del nicho podcast- y ella misma hace tibio chiste del hecho, pero responde a un segmento juvenil criado en redes y ajeno a la TV, que acapara el día de cierre junto a Duki, Eladio Carrión y Kidd Voodoo.

En medio de un festival internacional de la canción con singularidades como la pareja de animadores con el esperado debut de Karen Doggenweiler, el humor persiste con el atractivo de una arena romana. Queda en el anecdotario los reclamos de nariz ariscada de artistas y comunicadores rechazando la costumbre de las pifias, una tradición más bien planetaria y arraigada en la Quinta, al punto de materializarse en un personaje protagónico y singular de fama internacional: el Monstruo.

Candidato fijo a la rechifla, George Harris. El artista venezolano entró por la ventana al reconocimiento pop en Chile, mediante dardos al presidente Boric. Que se ría del mandatario, da lo mismo. Fabrizio Copano lo hizo en la Quinta, advirtiendo la amistad entre ambos. El tema con Harris -al menos por las rutinas disponibles en línea- es que no parece gracioso, al menos en los parámetros criollos de alta valoración a la rapidez y el descreimiento, las claves descifradas por Jorge Alís.

La interrogante también despunta con The Cult, no al nivel de pifias sino a una eventual indiferencia. El dúo británico es tan sólido en sus bases de rock clásico como desconocido para la masa. Carecen de hits por estos lados.

El caso de Morat opera a la inversa. Lo que sobra en éxitos falta en consistencia en esta banda colombiana azucarada y desechable, como un hermano mayor del almibarado y coterráneo Camilo.

La cartelera de Viña puso fichas sobre seguro, en tanto varios de los artistas incluyendo a Marc Anthony y Carlos Vives, se han presentado en el último año en shows de la productora a cargo. Seguramente Myriam Hernández se va a emocionar hasta las lágrimas, y Bacilos recordará que su última vez antes de una larga pausa fue en la Quinta. Por más de 60 años, el Festival de Viña representa un trampolín, un sitio entrañable, y también un espacio de tormento si el espectáculo no es lo suficientemente bueno. Tiene algo de casa y liceo en su dinámica de arrullo y camotera.