Columna de Marcelo Simonetti: Una loca lucidez
Por Marcelo Simonetti, periodista, escritor y coautor de “Tu voz existe. Vida de Pedro Lemebel”.
Han pasado ya diez años de la muerte de Pedro y aún seguimos escuchando su voz. Es cosa de cerrar los ojos y recordar. Para todos quienes oímos la radio Tierra en los 90 y seguimos el programa Cancionero resulta imposible no volver a esa voz que caracoleaba en el 1300 de la Amplitud Modulada. ¿De qué material estaba hecha?
Tenía algo de incombustible esa voz.
La primera vez que se plantó en un escenario, a mediados de los 80, para proclamar su manifiesto —y dijo aquello de “Hay tantos niños que van a nacer/ con una alita rota/ y yo quiero que vuelen compañero/ que su revolución/ les dé un pedazo de cielo rojo/ para que puedan volar”— jamás pensó que esos versos serían repetidos por miles de jóvenes en todo el planeta, que se grabarían frente a una cámara impelidos por la fuerza de ese texto para gritarle al mundo su diferencia.
Fue su voz la que denunció la barbarie de la dictadura y la desigualdad de un país; la que habló del patriarcado cuando nadie hablaba de él, y la que dijo que sospechaba de esta cueca democrática. Fue un adelantado, un hombre que vio con claridad hacia donde iba el país y que levantó con veinticinco años de antelación las mismas banderas que recogería el estallido social encarnado en esa multitudinaria marcha del 25 de octubre.
Nunca dejó de mirar el mundo desde el Zanjón de La Aguada, hizo de la rabia el combustible que necesitaba para dar sus luchas, para pelear por el Chile que imaginó. Ni siquiera el cáncer que cercenó sus cuerdas vocales logró acallarlo. Su vida fue de una coherencia inaudita y no fue poca su valentía para hacer frente a una sociedad que tenía tanto de homofóbica como de clasista.
No fue un santo. Era un personaje de luces y sombras. Pero su voz, en cuerpo y alma, era perfecta. La necesitábamos y la necesitamos para librarnos de la chatura, para ver más allá de las anteojeras. Como escribió Paul B. Preciado, un día después de su muerte: “Y nos arrancarán de la historia los libros que ya no escribirás. Pero no tu voz. Y nacerán otra vez mil niños con la alita rota y mil niños que llevarán tu nombre. Pedro Lemebel. Mil veces, en mil lenguas”.
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