Por Margarita Zavadskaya, investigadora rusa del Instituto de Asuntos Internacionales Finlandés (FIIA)
En una actuación meticulosamente orquestada, Rusia concluyó el fin de semana pasado sus elecciones presidenciales, reeligiendo de facto a Vladimir Putin para su quinto mandato. El evento, ensombrecido por el reciente funeral del líder de la oposición Alexei Navalny, subrayó las crudas realidades de un panorama político empañado por la represión política y resultados predeterminados. Con los medios independientes expulsados y la oposición sofocada, las elecciones se desarrollaron bajo los controles más estrictos hasta el momento, un testimonio del control inquebrantable del poder por parte del Kremlin tras la guerra en Ucrania.
A pesar de la conclusión inevitable de la victoria de Putin, surgió una conmovedora muestra de disidencia cuando los rusos, atendiendo al llamado de la iniciativa “Mediodía contra Putin”, se alinearon en los colegios electorales para anular deliberadamente sus votos. Según las encuestas independientes a boca de urna, Putin perdió en muchos países del extranjero, pero los resultados oficiales aún le atribuyen la victoria electoral. Este acto de protesta, aunque simbólico, atravesó el barniz de unanimidad que el régimen de Putin busca proyectar. Además, el momento en que los combatientes disidentes rusos lanzaron ataques desde Ucrania hacia Rusia en vísperas de la votación añadió una capa de desafío a la farsa electoral.
Las elecciones fueron más que un simple ejercicio para reafirmar el control de Putin en el poder. Sirvieron como una señal multifacética para audiencias nacionales e internacionales por igual, mostrando la capacidad del Kremlin para reunir apoyo en tiempos de guerra y perpetuar la ilusión de un frente unido. La exclusión de candidatos independientes, la ampliación del período de votación y la introducción del voto electrónico fueron medidas calibradas para fabricar una apariencia de democracia participativa y al mismo tiempo sofocar la disidencia política genuina.
Al final, la narrativa electoral elaborada por los medios controlados por el Estado retrató a una Rusia imperturbable ante el espectro de la guerra, con Putin como arquitecto de la estabilidad y la prosperidad. Sin embargo, bajo esta normalidad construida, las voces de la oposición, aunque marginadas y amortiguadas, siguen resonando. El régimen ruso está reforzando aún más su control del poder. Se avecinan tiempos más oscuros en términos de represión, estancamiento económico y reclutamiento militar.