Por Matías Parker, editor de El Deportivo.
Atlanta es sinónimo de orden y modernidad. Una ciudad en la que nada falla. Los tours de la Coca Cola, la gran atracción turística, empiezan a la hora y la gente local sigue al pie de la letra las normas que propician el buen vivir. Nadie se salta una fila, nadie desafía un orden que parece acomodarles. Atlanta, sin embargo, no sabe que recibe una Copa América. No saben o no les interesa, quién sabe. En las calles no se ven carteles con imágenes de Messi, Suárez o Alexis. La Pulga recién aparece en una pantalla gigante, pero promocionando una cerveza local. ¿La Copa América? Bien, gracias.
El día del debut de Argentina las calles se convirtieron en una especie de Buenos Aires, mezclado con uno que otro canadiense. Quizás, por un rato, Atlanta supo lo que era la Copa América. Cánticos de un lado a otro, recordando a Maradona y agradeciéndole a Messi por todo. Por respirar, por reírse, por sus goles, por todo. Por ser Messi.
Esa pasión, ese sentimiento, duró poco. El estadio Mercedes Benz volvió a recordarnos que la Copa América se juega en Estados Unidos. Muy poco policía, pero todo en orden. Nadie toma en las calles, ninguna bengala se enciende. En el moderno estadio, techado y con aire acondicionado, todo está bajo absoluto control. Ni siquiera con la venta de cervezas, whisky o gin algún hincha se salió de sus cabales. Hay bares, bebida refill y un piso en el que se venden automóviles Mercedes.
Feid, el cantante colombiano de moda, tampoco logra despertar a la afición que a ratos gritaba solo para ovacionar a Messi. En la cancha hubo algo de emoción. Los jugadores argentinos marcaron presencia y ganaron bien. Pero se veían incómodos. No por el ambiente, tampoco por el aire acondicionado que hacía olvidar las altas temperaturas. El 10 reclamó porque había poca luz y Scaloni se quejó en conferencia de prensa por el estado de la cancha de juego. Un estadio lujoso, pero lejos de las exigencias de jugadores de primer nivel.
La Copa América arranca en Atlanta. Argentina gana y avisa que va por otro título para sus vitrinas. Para recordarles a todos que es el campeón del mundo y, probablemente, para reinvindicar la esencia de un torneo que nació varios miles de kilómetros al sur de su sede actual y que, por estos días, parece perdida.