Por Mauricio Morales, académico Universidad de Talca
Según las encuestas, el plebiscito del 17D está definido. Debiese ganar el “En contra”. Las campañas no han generado entusiasmo y la franja electoral es un bombardeo desordenado de contenidos. El “A favor” sufre de anemia de liderazgos, y el “En contra” está disociado del gobierno. Al parecer, no habrá un enfrentamiento entre Matthei y Boric por la nueva Constitución.
Desde el “En contra”, además, han surgido voces críticas por el apoyo al texto de la Convención en 2022, e incluso algunos de sus líderes ya sienten como propia la actual Constitución. Sí, esa misma que llamaron a pulverizar en medio del estallido social. Al parecer, no reparan en lo burlesca que es su postura luego de someter al país a tres años de dolor, sufrimiento, polarización e incertidumbre. Evidentemente esos voceros, como parte de la elite, no se vieron afectados por el proceso constitucional, pero la cuenta la están pagando, como siempre, los más pobres.
Desde la opinión pública, en tanto, la CEP muestra el fin del hechizo constitucional. Si en 2019 el 56% de los chilenos creía que una nueva Constitución ayudaría a resolver los problemas del país, en 2023 la cifra cayó al 19%. Sin embargo, persiste un 29% que quiere una nueva asamblea para redactar otra Constitución.
Si bien desde la izquierda la promesa es no abrir un nuevo proceso al menos en este gobierno, es evidente que la intención es gatillarlo más adelante. Es una postura legítima, pero peligrosa. El plebiscito de diciembre no sólo se trata de los contenidos del texto, sino que también sobre cuál de las dos opciones coloca el candado más grande y confiable para generar certidumbre. Cuidado con eso.
Mientras parte de la elite hace uso de la burla, la ciudadanía sigue sufriendo. Si después de todo esto aumentan los apoyos a candidatos outsiders, la elite no tendrá cara para criticar su ascenso. Son los costos por hacer las cosas mal y por prometer un proceso unitario que concluyó con una triste sociedad de enemigos.