Columna de Mauricio Morales: Voto obligatorio, ventajas y advertencias

Votación Servel
Foto: Agencia UNO


Por Mauricio Morales, Cientista político y académico de la Universidad de Talca

Según IDEA Internacional, la participación en los países con voto obligatorio es, en promedio, 7 puntos más que en los países con voto voluntario. En Chile, las diferencias son mayores. En las elecciones locales de 2012- año en que debutó el voto voluntario- la participación cayó en 15 puntos respecto a la municipal de 2008, la última con voto obligatorio a nivel local.

A nivel presidencial, si en la primera vuelta de 2009 votó el 59% de la población de 18 años y más- con voto obligatorio- en 2013 lo hizo cerca del 49%. Muchos dicen que esto no es un problema, pues en todas las elecciones presidenciales- salvo la segunda vuelta de 2013- el número de votantes ha bordeado los 7 millones. Lo que ignora esta perspectiva es que el padrón electoral casi se ha duplicado entre 1989 y 2021, lo que se ha traducido en un bolsón de no votantes cercano a los 8 millones.

A esto se añade el problema de la composición socioeconómica de la participación especialmente en la Región Metropolitana. En la segunda vuelta de gobernadores regionales, Vitacura votó en un 52.8% y San Bernardo en un 17%. Si asumimos como verdadero el principio de “a participación desigual, representación desigual”, entonces claramente estamos frente a un asunto que afecta la democracia.

¿Corregirá el voto obligatorio todos los males de nuestro régimen político? No. En caso de implementarse, su efecto mecánico - siempre que incluya sanciones por no votar- será un incremento moderado en la participación. Probablemente, Chile retorne a tasas cercanas al 60% tomando como base de cálculo toda la población de 18 años y más. Esto obligará a los partidos a mejorar su oferta de candidatos para conquistar a los nuevos electores. Y no habrá excusas, pues si vota más gente, los partidos recibirán más recursos.

Por tanto, el desafío es aumentar los niveles de participación, pero también- y eso corre por cuenta de los partidos- optimizar los niveles de representación. Si las dos cosas no van de la mano, el voto obligatorio tendrá un efecto boomerang sobre la democracia. En lugar de favorecer la votación hacia los partidos, terminará ahuyentando a los nuevos votantes, quienes tendrán dos opciones: sufragar nulo o blanco, o simplemente inclinarse por candidaturas alternativas.

¿Y cuál es el peligro de restituir el voto obligatorio? Si los partidos no hacen bien su trabajo, el voto obligatorio favorecerá candidaturas anti-sistema, caudillos, demagogos o populistas. ¿Por qué? Simple. Un rabioso con la política difícilmente apoye a aquellos partidos que, además de no representarlo, lo obligan a votar y le imponen sanciones por no hacerlo. ¿Respaldará ese elector a candidatos pro-sistema, o se inclinará por opciones más revolucionarias? Ciertamente, depende de la oferta, pero con los niveles de desafección y desconfianza hacia los partidos, es más viable lo segundo que lo primero.

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