El asesinato de nuestro presidente es una tragedia; un momento muy triste que nos obliga a reflexionar sobre la vulnerabilidad de la democracia, la ilusión de esperanza y la fragilidad de la estabilidad. Un funcionario electo debe ser reemplazado por otro funcionario electo mediante el debido proceso, no mediante un asesinato.
Había señales de advertencia de que la soga se estaba apretando; la volatilidad de la seguridad era extrema y el país se hunde en el abismo de la violencia. Si bien muchos lo vieron venir, el Presidente no lo hizo y se convirtió, a través de sus acciones y omisiones, en el artífice de su desaparición, llevando a nuestro frágil Estado al borde del caos.
Estamos en aguas turbias en cuanto a quién está a cargo constitucionalmente y a quién se le debe confiar la autoridad para organizar elecciones libres, justas y transparentes. Incluso, en tiempos turbulentos, existen oportunidades para un reseteo político, un reformateo de un sistema político menos complicado, pero más funcional.
El liderazgo actual puede maniobrar para llegar a un acuerdo negociado sobre cómo avanzar mediante la puesta en marcha de un gobierno de Transición de Unidad Nacional a través de la cuidadosa selección de ciudadanos dedicados con un alma social para servir. Los amigos de Haití deben apoyar el proceso, dejar de presionar por soluciones rápidas y dejar que los haitianos tomemos decisiones de forma independiente. Este es el momento de hacer una pausa y reflexionar; invitar a todas las partes interesadas a la mesa para un diálogo constructivo; desarrollar una hoja de ruta sostenible con indicadores claros de lo que debe ocurrir; incluyendo quizás una reforma constitucional; antes de que se organicen elecciones libres, justas y transparentes.
Nosotros, el pueblo de Haití, esperamos un futuro mejor, con menos inequidad y más igualdad, un futuro en el que podamos superar nuestras diferencias en beneficio del bien público.