Por Morgana Rodríguez Larraín, gestora y productora cultural, directora Fundación Pablo Neruda.

A propósito de la polémica generada por la medalla Órden al Mérito Artístico y Cultural Pablo Neruda, entregada recientemente al violinista André Rieu. Desde su creación en 2004 para el centenario del poeta, se ha condecorado a artistas tan diversos como Serrat, Bono, Miguel Bosé, Morricone o Rubén Blades, pasando por Joan Turner, Paz Errázuriz, Matilde Pérez, Gabriel Valdés, la empresaria Nicola Schiess, la joyera Alicia Cáceres e incluso, durante el gobierno del Presidente Piñera, al creador de Lollapalooza, Perry Farrell.

Dada esta variedad, muchos pensarán que se requiere de criterios que discriminen qué trayectorias son merecedoras de esta condecoración. Quizás millones de discos vendidos y cientos de miles de asistentes no es visto como un logro artístico si no comercial, pero esa masividad es también la puerta de entrada a las artes para muchas personas. Ejemplos notables de esto son los conciertos CNC (música clásica en espacios no convencionales) que lidera el reconocido director Paolo Bortolameolli junto a la Orquesta Solístico Santiago; Noches de Ópera, que organiza el crítico René Naranjo o incluso la última película de Pablo Larraín “María” sobre la cantante lírica María Callas; todos formatos interesantes de llegada cultural a un público transversal.

Sin ir más lejos, el propio Neruda con sus casas-museo acerca su proyecto literario a audiencias que se aproximan a la poesía por vía distinta a la lectura.

Luego de 200 años de olvido, Vivaldi fue redescubierto gracias al historiador italiano A.Gentili, convirtiéndolo en uno de los máximos referentes de la música barroca mundial y tomado, entre otros, por intérpretes tan disímiles como el mismo Rieu o Hyperion Records logrando su difusión masiva.

Así, establecer un límite entre “el verdadero arte” y aquello que es un producto simplificado para las masas, esconde prejuicios basados en una aparente frontera insalvable entre alta y baja cultura, frontera que es porosa, difusa, tramposa y clasista.

El nombre de Neruda debiera otorgar esa flexibilidad. Sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, que este 2024 cumple un siglo, es un catálogo de sensibilidades que hasta hoy interpela a una audiencia transversal de todas las edades y clases sociales en más de cuarenta idiomas, cuyos versos adornaron los vagones del democrático y popular Metro de Santiago hace unos años, sin que nadie rasgara vestiduras.