Por Octavio Enríquez, periodista nicaragüense
Recuerdo sus voces por teléfono. Eran bajitas, como un murmullo. Eran las madres —una de ellas, la mía— que se llamaban para recordarse que había que ir a votar y ponerle fin al primer gobierno de Daniel Ortega en 1990. Querían -lo lograron- recibir con los brazos abiertos a la democracia, eligiendo a una mujer que era como ellas, también madre: Doña Violeta Barrios de Chamorro.
Después de una guerra, que significó la muerte de miles de nicaragüenses, las madres querían la paz y evitar que sus hijos -entre ellos algunos como yo de 10 años de edad- fuésemos al Servicio Militar Patriótico. Barrios recibió, con el apoyo de todas esas mujeres anónimas, la banda presidencial e inició Nicaragua su transición a la democracia.
Felices años aquellos al principio, pero lograr la paz fue difícil. Fue cuando vi nacer a la democracia, imperfecta, abriéndose paso entre desconfianzas. En el período de 1990 a 2006, mientras Ortega estuvo en la oposición, campeó la corrupción y la pobreza. En 2021 seguimos igual de pobres, pero me doy cuenta que a los 40 años me tocó ver morir a la democracia a manos del mismo hombre que mis padres creyeron derrotado en 1990.
¿Por qué hilo jalo para explicar a este mi país que tanto me duele y por el que estamos dispuestos a seguir luchando? Las herramientas para conquistar el poder total que Ortega ha utilizado son múltiples: acuerdos políticos y empresariales corruptos, la manipulación de la justicia, la reconquista del Ejército y la Policía, el control de las instituciones; un clásico del manual del dictador, con su esposa Rosario Murillo como vicepresidenta.
Nicaragua asistió el domingo 7 a las elecciones presidenciales con el caudillo buscando la reelección, después de 14 años interrumpidos en el poder. Era un acto de ficción, porque todos sabíamos que iba a ganar después de encarcelar a sus principales rivales. También la votación se desarrolló bajo la más tenaz represión que se recuerde recientemente.
Doña Violeta acaba de cumplir 92 años con dos de sus hijos convertidos en presos políticos y otro exiliado. Pensé en el valor del voto cuando la eligieron, en el país destruido a base de fraudes electorales y corrupción. Tiene años de gestarse esta dictadura, aunque hasta hoy consiga un reconocimiento tan grande como su maldad. Hay 150 reos de conciencia, madres pidiendo justicia por el asesinato de sus hijos y mucho dolor, pero igual ganas de ponerle un alto pacíficamente a este régimen de espanto.