Por Pablo Cabrera, Consejero del Centro de Estudios Internacionales de la U.Católica (CEIUC).

Hace 50 años, la República Popular China solo destellaba dentro de los contornos de la Gran Muralla; no tenía representatividad en Naciones Unidas. En poco tiempo, una política de apertura y reforma la llevaron a la cúspide de cualquier ranking. Setecientos millones de personas dejaron la pobreza y su desarrollo económico le valió el apelativo de “la fábrica del mundo”. La Organización Mundial de Comercio (OMC) y los circuitos financieros devinieron en su hábitat natural y la doctrina inspiradora de su accionar no despertaba aprensión, como tampoco eventuales zonas oscuras de su proyecto obstaculizaban su participación en el sistema.

Ahora, cuando la controversia estratégica sino-norteamericana va en aumento y las nuevas tecnologías adquieren mayor relevancia, han surgido desconfianzas frente a su despliegue en un atlas global diferente, donde busca conexión fluida con el ecosistema emergente con la permanente pretensión de ubicarse al “centro del mundo”. Fronteras seguras, unidad e identidad nacionales aparecen como prioridad hasta 2049, año en que finalizará el autodenominado “siglo de la humillación”.

El programa del Presidente Xi Jinping para este curso político contempla un rediseño de estrategias sin descuidar el acendrado apego de la sociedad china a la mitología, filosofía y cultura milenarias. Creencias y simbolismos ancestrales mantienen vigencia en la maduración e implementación de toda iniciativa de alcance global que impulse. La nueva “ruta de la seda” es muy significativa, conforme incluso podría ejecutarse a modo cibernético. Adicionalmente, se utilizan como herramientas comunicacionales: enfatizar liderazgo e intenciones, fortalecer argumentos o matizar disparidad de pareceres. Son razonamientos prácticos tradicionales que obvian la realidad si se trata de preservar incólume el interés nacional o realzar el poder ante un acontecimiento relevante.

Así las cosas, las escaramuzas de esta semana relacionadas con un globo chino surcando el cielo de los Estados Unidos y su posterior derribamiento constituyen buen ejemplo para avalar lo anterior. Hace siglos el estratega militar Zughe Liang ideó estos artefactos que, entre otras cosas, simbolizan la metáfora del poder terrenal con extensión sobre el mundo entero. Sin mucho conjeturar se puede concluir que, esta vez, la simbología ha operado en ambos sentidos a través mensajes diferentes a la opinión pública de cada involucrado y, a nivel planetario, transmitiendo una lección clásica de manejo del poder.