Por Pablo Lacoste, Usach-IDEA
La decisión de Finlandia y Suecia de ingresar a la OTAN representa una derrota para Rusia, que hubiera resultado impensable tres meses atrás. Porque ambos países habían cuidado celosamente su neutralidad durante largas décadas (en el caso sueco, dos siglos). Esta neutralidad se apoyaba en un amplio consenso social: la mayoría de la población de ambos países coincidía en mantener esa posición como lo más adecuado a sus intereses nacionales. Pero el 24 de febrero ese consenso comenzó a derretirse, hasta desaparecer totalmente en los últimos días. Las imágenes de la carnicería rusa en el país invadido fueron decisivas para este giro
La invasión rusa a Ucrania terminó por dar la razón a la hipótesis finesa del vecino ruso como potencial agresor. Esa hipótesis nutrió los planes de inversión en armamento, el servicio militar obligatorio y la construcción de refugios defensivos. El 24 de febrero se confirmó la hipótesis, y el paso siguiente fue avanzar hacia la OTAN.
El ingreso de Suecia y Finlandia a la OTAN tiende de profundizar la asimetría de esta organización con Rusia. Este país tiene un presupuesto militar de US$ 60.000 millones, contra un trillón de la OTAN. Ahora, esta sumará los aportes de dos países, que juntos representan cerca de la mitad de la economía rusa, además de disponer de fuerzas bien entrenadas y armas de última generación.
Los avances concretos de Suecia y Finlandia para ingresar a la OTAN fueron contestados por Vladimir Putin con amenazas verbales, cada vez menos creíbles. ¿Si no es capaz de vencer al país más pobre de Europa, qué puede hacer a dos potencias super avanzadas en economía, tecnología y armamento?
El ingreso de ambos países a la OTAN es un serio problema para Putin, porque le abre flancos en el lugar que más le duele: el bloque de poder ruso. Allí crece la desconfianza de los generales y políticos sobre la capacidad de Putin para conducir a la superpotencia militar en decadencia.