Por Patricio Bernedo, historiador y decano facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política UC

Los gestos republicanos que pusieron término a la ácida contienda electoral chilena fueron como una escena de final feliz. La llamada del actual Mandatario al presidente recién electo, como también la visita del candidato derrotado a su contendor victorioso fueron noticia nacional e internacional por su carga de significado. Dos rituales que representaron una especie de abrazo de la paz después de meses de negarse la sal y el agua.

Estas tradiciones republicanas que tomaron fuerza con la recuperación de la democracia en 1989 tienen una raigambre profunda en la positiva valoración del sistema democrático chileno, especialmente entre las décadas de 1930 y 1960. Y, como contrapunto, en la conciencia trágica de que la democracia es un bien que se puede destruir y perder fácilmente y, por lo tanto, hay que cuidarla.

Reconocidos historiadores, como Eric J. Hobsbawm, han estudiado la importancia de las tradiciones. Surgidas de manera deliberada o espontánea, a partir de la reiteración estos rituales buscan defender y consolidar determinados valores y normas positivas de comportamiento, que se conectan con un pasado cercano o remoto.

El llamado entre Sebastián Piñera y Gabriel Boric -que recién había apoyado una acusación constitucional para destituirlo- fue un acto de gran significado. Sobre todo, para las generaciones más jóvenes y para América Latina, donde estos gestos no son parte del imaginario colectivo. Después vino el encuentro de Kast con Boric, gesto que ni siquiera se dio en la última elección en EE.UU. Al día siguiente, se sumó otro ritual más: Piñera recibió en La Moneda a Gabriel Boric.

Recuperar la democracia por vía electoral y pacíficamente exigió un esfuerzo titánico de la ciudadanía, que votó en el plebiscito de 1988 en medio de una gran polarización y un temor fundado de que el resultado no sería reconocido por el dictador. Ese espíritu de que la democracia era precaria e incierta le otorgó mucho peso emocional al momento cuando Patricio Aylwin recibió la visita de sus contendores, Hernán Büchi y Francisco Javier Errázuriz, para felicitarlo.

El ritual del “llamado telefónico”, de acuerdo a los registros disponibles, lo inició hace 20 años el propio Aylwin, quien entonces llamó a Eduardo Frei Ruiz-Tagle para felicitarlo y agendar una reunión de trabajo para el día siguiente.

Estas liturgias republicanas, que se desarrollan en menos de 48 horas, son una suerte de alivio después de la batalla; sirven para limar asperezas y muestran control de las pasiones y espíritu de fair play y reconciliación. Pero, sobre todo, son un signo de legitimidad democrática, amistad cívica y fraternidad política. Una señal de que el contrincante es un adversario político, nunca un enemigo a quien aniquilar.