Por Patricio Escala, productor de “Historia de un oso”, Punkrobot Studio

Minutos antes de subirnos al escenario a recibir el Oscar a Mejor cortometraje animado por Historia de un oso, estaba intranquilo, sabía que, si llegábamos a ganar, el reconocimiento no sería solo nuestro, sería de todo un país y en especial de todo un equipo que trabajó incansablemente por sacar adelante el proyecto y entregar un mensaje que para todos era muy significativo: las familias no deben ser separadas a la fuerza.

Gabriel (Osorio, director) al verme preocupado me preguntó: “¿Qué pasa si ganamos?” “Vamos a tener la oportunidad de hacer más proyectos animados, contar más historias”, le respondí. “¿Y si perdemos? ¿Vamos a seguir haciendo animación o no?” “Vamos a seguir contando historias, ese es nuestro compromiso”, afirmó con una sonrisa. Sus palabras fueron clave. No solo me tranquilizó en ese momento, sino que me ayudó a entender algo que ya sabíamos pero que a veces nos cuesta dimensionar frente a la exposición mediática que genera un reconocimiento de esta envergadura. Nuestro compromiso es contar historias, entregar mensajes a través de la animación y eso es lo que seguiríamos haciendo sin importar el resultado de esa noche.

La reciente nominación del cortometraje Bestia, del director Hugo Covarrubias, en la misma categoría, demuestra una vez más la calidad creativa de nuestros realizadores y reafirma el compromiso que existe en los equipos de animación con los proyectos que realizan y las historias que cuentan.

Con esta candidatura Chile logra algo inédito: las únicas dos nominaciones de toda Latinoamérica en esta categoría han sido por obras animadas hechas en Chile, y eso nos hace mirar hacia atrás para entender cómo hemos llegado hasta aquí y qué hace falta para seguir avanzando para convertir al sector creativo de la animación nacional en una industria.

En 1942, Juan Carlos Trupp y Jaime Escudero cumplieron un sueño al realizar el primer largometraje animado hecho en Chile: 15 mil dibujos. En la década del 70, Enrique “Puma” Bustamante y Carlos González creaban dos personajes icónicos de la animación nacional, “El Angelito” y “Tevito”, respectivamente, formando los primeros equipos de animación. Vivienne Barry, Tomás Welss, Alejandro Rojas y tantos otros hicieron de la animación su oficio y eso permitió que desde 2004 se pueda estudiar profesionalmente animación en nuestro país, que en 2011 se fundara la asociación gremial (Animachi) y que en 2016 nuestro cine obtuviera el primer Premio de la Academia por una obra animada, realizada y producida en Chile.

Escuchaba en la radio que hablaban de la década dorada de la animación chilena, pero me cuesta creer que hubiésemos logrado los reconocimientos de hoy sin los artistas que antes abrieron tantas puertas y quiero creer que, el día de mañana, nuevas generaciones lograrán sorprendernos nuevamente como hoy lo hace el equipo de Bestia.

Para esto es clave que entendamos que el sistema cultural creativo no se basa únicamente en la imaginería de sus autores, sino que en lograr una estructura público-privada, donde el Estado defina políticas públicas que permitan nuevas herramientas culturales, asociativas y tributarias para fomentar la formación y producción creativa con el aporte de privados que apoyen transversalmente iniciativas culturales.