Columna de Paulina Peralta: Tradiciones e identidades
Por Paulina Peralta Cabello, historiadora, autora del libro “¡Chile tiene fiesta! El origen del 18 de septiembre (1810-1837)”.
Los festejos de estos últimos días invitan a reflexionar sobre las tradiciones patrióticas que celebramos en Chile cada 18 de septiembre y el modo en que inciden en nuestra comprensión de la identidad nacional. Cabe recordar que esta tradición festiva fue un dispositivo creado por los grupos dirigentes a principios del siglo XIX para legitimar y comunicar el nuevo orden político que se estaba configurando con el proceso de independencia de la monarquía, inspirar respeto a las instituciones recientemente fundadas, a sus autoridades e inculcar sentimientos de chilenidad en la población.
Si bien en estos ritos cívicos es posible reconocer continuidades –como el Te Deum, el embanderamiento, la parada militar y el despliegue de ramadas–, lo cierto es que han experimentado transformaciones, tanto en su función y sus formas, así como también en sus sentidos. Especialmente en estos tiempos de interconexión, globalización y migración, en que pueden existir tantas percepciones de patria como personas, en estas fiestas lo desconocido o distinto se ha ido mezclando con lo preestablecido, lo que invita a repensar ciertas preconcepciones de la identidad en territorio chileno y su supuesta homogeneidad cultural.
Así como en sus orígenes, en que las tradiciones monárquica, francesa y popular sirvieron de inspiración al momento de inventar estas fiestas, en el presente son nuevas tradiciones e identidades las que siguen recreándolas. Basta con observar las fondas y ramadas, aquellas formas de sociabilidad y festejo de raigambre popular, campesina y colonial que fueron incorporadas en el programa festivo patriótico chileno y que sin duda aportan singularidad a estas celebraciones. Estos establecimientos ocasionales, espacios de encuentro colectivo mediatizados por música, bailes, comidas y bebidas, han mostrado una capacidad para reunir e incluir múltiples tradiciones identitarias, tan diversas como cambiantes.
La fiesta en este sentido es una práctica abierta, en que lo nuevo se conjuga con lo tradicional y, por tanto, se reconfigura constantemente a partir de la experiencia de quienes las viven. La historia de esta fiesta es la historia de múltiples mezclas y manifestaciones que surgen o se apropian espontáneamente, dando sentido de pertenencia y, por qué no, de unidad.
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