Por Rodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna.
Están pasando cosas en Santiago, especialmente en el centro de la ciudad. Cosas buenas. Y hoy, más que nunca, hay que usar todos los megáfonos para vociferar esas noticias. Por una razón que es en parte sociológica, psicológica y moral: si perdemos el centro, si lo asumimos como una zona derrotada, si lo empezamos a adjetivar con conceptos negativos, si se nos hace fácil decir públicamente que ya no llevaremos allí a un amigo o pariente turista, entonces estamos cediendo una pieza fundamental de esa embarcación que se llama república y que nos contiene como ciudadanos.
El centro de Santiago es el corazón desde el cual fluye la sangre histórica de la ciudad completa. El centro de Santiago es la columna vertebral de la vida cívica. Y es, además, la parte más hermosa de la urbe construida. Nos conviene a todos que el centro esté bien, que sea motivo de orgullo, que los santiaguinos quieran visitar todo ese patrimonio acumulado por siglos. Así que vamos a las buenas nuevas.
La primera es menos conocida, pero poco a poco irá transformándose en un dato imperdible. Se trata de las torres de la Catedral Metropolitana, que contienen seis antiguas campanas de bronce, y desde donde se obtiene una vista de Santiago realmente extraordinaria. Por eso el tour (lo ofrece Turistik) se llama “Tour Campanario Catedral Metropolitana”, e incluye pasar por lugares absolutamente desconocidos de la catedral como es el Patio de los Naranjos (sí, se llama igual que el de La Moneda), subir una moderna escalera de más de 100 peldaños mientras van emergiendo ángulos visuales jamás registrados por nuestros ojos, hasta llegar a un mirador en la parte superior de una de las torres (la con mejor vista) que atonta por el fantástico espectáculo que ofrece. Se observa la ciudad en 360 grados, se ve la Plaza de Armas, el Portal Fernández Concha, el histórico edificio de bomberos, el Museo Histórico Nacional y tantos otros íconos como si tus ojos fueran un dron. Se ve el cerro El Plomo, el Parque Metropolitano, el edificio de Correos, la virgen de la Catedral -pero desde una posición única- los paneles solares de la misma catedral y mucho más. El recorrido es nuevo, partió hace un par de meses, aún tiene horarios relativamente limitados, pero se puede hacer de martes a sábado. Y apostaría que va a llegar a ser uno de los paseos más demandados por locales y turistas apenas se empiecen a ver fotos y videos de la experiencia. En pocas palabras, es ver Santiago como nunca lo has visto antes. Así de lindo. Así de excitante.
Vamos a la segunda buena nueva. Es mucho más conocida, pero es de vital importancia. Esta semana se empezaron a pintar las fachadas de la Alameda. Y no sólo las fachadas: kioscos, bancas, mobiliario urbano y todo lo que se ha ido rayando y ensuciando en estos años de estallido y pandemia. El lunes veíamos imágenes del gobernador metropolitano ayudando a limpiar la fachada de la Iglesia San Francisco y el martes ya comenzaron a circular imágenes del Colegio de Arquitectos, uno de los edificios más lindos/rayados de Santiago, sacudiéndose de tanto garabato acumulado gracias al hidro arenado, una de las varias técnicas que se usarán para liberar a la Alameda de tags, capas de pintura y suciedad.
Lo mejor de esta iniciativa, que es financiada por el Gobierno Regional, es que las empresas a cargo de la limpieza, de las cuales una tiene como meta dejar impecables 33 mil metros cuadrados de superficie, es que cada 48 horas se hará mantención de los muros, esos que luego de ser limpiados fueron nuevamente rayados. Es decir, aquí no sólo se está limpiando, lo que hay es una decisión política de decirle en la cara a quienes usan las latas de spray para afear la ciudad que la cancha ya no es de ellos, que ahora hay un equipo compitiéndoles de manera constante, hasta que se cansen de rayar.
Este programa de limpieza y puesta a punto de fachadas abarca el perímetro entre Vicuña Mackenna y calle Aeropuerto, en el límite Lo Prado y Estación Central, dura dos años e implica una inversión superior a los 500 millones de pesos. Qué mejor, además, que hacerlo en el mismo año en que se celebrarán los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos en la capital de Chile. Sumemos otro par de buenas nuevas. Los vecinos del emblemático edificio conocido como “Barco”, ese que está frente al cerro Santa Lucía y que es obra del gran arquitecto Sergio Larraín García Moreno junto a Jorge Arteaga, se metieron la mano al bolsillo y están pintando la fachada de esta joya arquitectónica que estaba muy afectada por rayados.
Lo mismo empezarán a hacer en unas semanas más en el hotel Castillo Rojo de Bellavista, pues este año la casona en la que están ubicados (el Palacio Lehuedé), cumple 100 años. Qué maravilla ver a tantos actores distintos trabajando por mejorar los daños que ha recibido Santiago en tiempos recientes y, al mismo, tiempo, constatar que hay nuevas rutas por explorar en nuestro centro. Hay razones para celebrar, para ser optimistas y para volver al centro.