Por Rodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna
La Alameda está en boca de todos. Su exitoso proceso de limpieza de fachadas, que partió en marzo y está por finalizar su primera etapa, nos ha permitido volver a ver edificios libres de rayados, solemnes, vestidos con su elegante arquitectura centenaria. Emociona enfrentarse a la Iglesia San Francisco; a la obra de Luciano Kulczewski que alberga al Colegio de Arquitectos; a la Iglesia de la Gratitud Nacional o la Palacio Íñiguez, por citar algunos ejemplos, y comprobar que la principal avenida de Santiago y sus construcciones van recuperando su dignidad urbana y patrimonial. Pronto veremos varios miles de nuevos árboles en la Alameda, parte de un ambicioso proyecto de arborización, y seremos testigos de cómo avanza el gran proyecto del Eje Alameda Providencia y sus cuatro iniciativas ancla: la recuperación del Nudo Pajaritos, la Remodelación de Plaza Italia, la Ciclovía Metropolitana, así como la Conservación y el Mejoramiento del Espacio Público, (que suma el arreglo de veredas a la pintura y los árboles).
Se habla mucho de la Alameda. Y, al mismo tiempo, se repite en distintos medios el mito. El famoso mito. Ese que dice que la Alameda se trazó sobre uno de los brazos del río Mapocho. Lo ha escuchado, ¿cierto? Es un concepto tantas veces leído y expresado que, de alguna forma, ya se acepta como una verdad. Ponga atención a la pregunta que se hace el destacado historiador Gonzalo Piwonka en el libro Mapocho, torrente urbano. Dice así: “¿Cuál es el origen de este espantoso mito que es repetido cacofónicamente desde historiadores hasta los programas de farándula, pasando por todo el sistema cultural y educacional chileno?”
Ese mito, explica Piwonka, es el que asegura que el río Mapocho corrió durante la colonia por dos brazos que dejaban en una isla al cerro Huelén. Al parecer, agrega Piwonka, el mito fue creado inconscientemente por Claudio Gay en su Historia Física y Política de Chile de 1844. Allí escribe que “desde el Aconcagua, Valdivia emprendió la marcha por Tapihue, cuesta de Zapata, Mallarauco, Talagante, hasta llegar a la vasta y deliciosa llanura de Mapocho, en donde se había de establecer la colonia. No era posible dar con una posición más ventajosa, ni de más encantadora perspectiva; era una campiña de 200 leguas de superficie, partida por verdosos collados (cerros, colinas) y por entre los cuales corren dos caudalosos ríos, cuyo manantial rompe en la frente de las encumbradas cordilleras con tanta declinación, que convida con abundante riego a todo aquel vasto territorio y, por consiguiente, con lozana vida a los productos de la agricultura”.
Si se lee atentamente el contexto, nos dice Piwonka, Gay no se refiere aquí a los supuestos dos brazos del Mapocho, sino a éste y al río Maipo. En su texto sobre “Dos repetidos y graves mitos hidráulicos” (el otro es el que asegura que en sus avenidas el río atacaba la ciudad a la altura de la actual Plaza Italia para retomar su antiguo brazo, el que su autor califica de atroz) Domeyko cita a Benjamín Vicuña Mackenna como parte de los responsables de inducir a esta fake news histórica, pero le atribuye especial responsabilidad a Diego Barros de Arana, “por desgracia, el más eminente historiador que haya producido Chile”, que no era especialista en temas urbanos. En 1884, en su colosal Historia General de Chile, dice que “Valdivia, por otra parte, había elegido para sitio de la ciudad un terreno que consideraba de fácil defensa. Al oriente, un pequeño cerro que los naturales llamaban Huelén, y que los castellanos denominaron Santa Lucía, les servía para dominar toda la llanura inmediata. Al norte y al sur, el río Mapocho, dividido entonces en dos ramas antes de llegar al cerro, dejaba en el centro una especie de isla de poco más de un kilometro de ancho, donde se comenzaba a construir la ciudad”. Pero Barros Arana, replica Piwonka, a pesar de ser habitualmente meticuloso en sus citas, no hace referencia, ni en el texto ni en nota al pie alguna de dónde extrae esto de las “dos ramas antes de llegar al cerro”.
Con posterioridad a estos notables hombres de ciencia, léase Gay, Vicuña Mackenna y Barros Arana, “una pléyade ha repetido este mito -sin mayor análisis de las fuentes coloniales antiguas relacionadas con la fundación de Santiago- convirtiéndolo en una verdad inconmovible, pero falsa de falsedad absoluta”, complementa Piwonka.
Hay una excepción que el historiador hace notar. Se trata de Leopoldo Castedo quien, en su resumen de la Historia de Chile, de Francisco Antonio Encina, incluye un plano sobre la base del croquis de Tomás Thayer Ojeda, en que en 1541 no aparece el otro “brazo” del Mapocho, sino la “Cañada de San Francisco” a partir del cerro Santa Lucía al poniente. “Y al referirse a la Fundación de Santiago da como límite sur de la ciudad la Cañada de San Lázaro, actual Alameda Bernardo O´Higgins. Esto porque Castedo -al igual que yo- nunca creyó en el mito de los dos brazos del Mapocho”, concluye Piwonka. Para rematar su argumento, nuestro protagonista cita a varios cronistas y cartografías de la época colonial, que en sus trabajos muestran la antítesis de lo dicho por los creadores y repetidores del mito. Y muestra a página completa el plano de Alonso de Ovalle de 1646, donde “se grafica la inexistencia de un segundo brazo del Mapocho e indica por dónde el río embestía a la ciudad”.
Que la Alameda viene de La Cañada, muy bien. Pero que esa cañada era un brazo del Mapocho, de ninguna manera. “Por lo demás, los españoles entendían por cañada todo curso pobre de aguas, jamás aplicable a un río por mísero que fuese”. Te invitamos a sumar a Gonzalo Piwonka a la lista de super héroes santiaguinos. Y a no seguir repitiendo el mito, por linda que se vea la Alameda.