Por Rodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna
En la recién inaugurada muestra del fotógrafo Luis Poirot en el Museo de Bellas Artes y cuyo nombre es “El oficio de la imagen”, hay una fotografía de Roberto Edwards (fundador de Revista Paula y creador de Cuerpos Pintados) acompañada de una frase escrita por Poirot que dice “Fotógrafo, editor y único mecenas que hemos tenido en Chile”. No concuerdo con Poirot, a quien admiro, pues creo que hay varios mecenas más que destacar en nuestro país. Vivos y muertos. Eso no me impide recomendar con entusiasmo una visita al Bellas Artes para gozar con sus hermosos retratos de fotógrafos, así como de las palabras que acompañan a cada imagen.
Vuelvo al punto del mecenazgo, con un ejemplo que permite argumentar mi punto de vista. Esta semana, el lunes 25, se inauguró Espacio #1179, una antigua y preciosa casa restaurada donde se encuentran organizaciones sociales que trabajan en torno al bienestar territorial en varias capas: infraestructura, articulación, desarrollo, equitativo, comida, urbanismo táctico, y enseñanza. Es una de las varias maneras que tiene la Fundación Mustakis de hacer crecer el ecosistema social en el que viene trabajando desde hace rato y de promover la innovación urbana y social, una de sus varias misiones en sus casi treinta años de existencia.
Creada por el inmigrante griego Gabriel Mustakis Dragonas, fue su sobrino Constantino Mustakis Kotsilini el que tomó la batuta luego de su muerte, llevando a cabo proyectos vinculados con la educación, el arte y la cultura. Le sucedió George Anastassiou Mustakis y, desde hace tres años, el presidente del directorio es Matías Sahli Anastassiou. Desde que comenzó a trabajar con la comunidad, la Fundación Mustakis ha impactado a más de dos millones y medio de personas, con el foco siempre puesto en niñas, niños y jóvenes. Para ello, han diseñado programas e iniciativas de aprendizaje, han entregado fondos, becas y apoyo a emprendimientos e innovaciones sociales y han construido alianzas estratégicas de largo aliento.
Los conozco desde hace mucho tiempo y siempre me ha impresionado el profesionalismo de esta fundación, la fuerte inversión económica que hacen en su equipo humano, así como en sus proyectos, y la manera en que entregan herramientas sin ser “asistencialistas”, pues en Mustakis enseñan a pescar, no entregan pescado. Desde sus notables Zonas Interactivas en muchos museos y centros culturales de Chile, el Espacio Creativo KAOS, los fondos concursables para la innovación educativa o el Circo Frutillar, en Mustakis siempre están buscando cómo impactar e impulsar el desarrollo del ser humano. Un notable ejemplo de filantropía y con una estructura ultra seria y profesional, pero que no impide bailar música griega cada vez que hay una buena excusa. Como la de este lunes.
“Es mucho más que un edificio, es un hito en nuestro compromiso filantrópico con organizaciones que empujan proyectos de alto impacto social. Hemos transformado una casa de 900 metros cuadrados en un centro donde convergen proyectos en búsqueda del bienestar territorial. En el Espacio #1179 se fusiona el talento, el conocimiento y la creatividad. Es un símbolo de nuestra misión de promover la innovación urbana y social, con una visión centrada en la integridad de las personas para aportar en la construcción de un tejido social sólido”, explica Leonor Merín, directora de emprendimiento e innovación social de Fundación Mustakis.
Así lo sienten también los directores ejecutivos de las organizaciones que hoy son nuevos vecinos en esta casa restaurada por el arquitecto Raimundo Lira. Me refiero a Corporación Ciudades, Huella Local, Gastronomía Social, Ciudad Emergente y Enseña Chile. Martín Andrade, quien lidera Corporación Ciudades, resume el aporte de la Fundación Mustakis al desarrollar Espacio #1179 con una frase de Felipe Cubillos: “No hay nada más solidario que ser eficiente”. Y explica que las redes que entrega Mustakis, sumado a la inspiración que irradian, la posibilidad de incidir en el entorno, los espacios multipropósito que están disponibles para todos los nuevos habitantes de este ecosistema, la arquitectura de primer nivel y la disminución de costos que implican los arriendos -varias veces menos de lo que cualquiera de estas fundaciones debía costear antes- son la combinación perfecta para potenciar, con eficiencia, entidades como la que él dirige.
Sumemos las palabras de Javier Vergara, de Ciudad Emergente: “La fundación tiene un propósito, que tiene que ver con transformar y aportar al barrio de la comuna de Recoleta donde llegaron hace unos ochos años, para mejorar la infancia y la ciudad. Entonces hicieron una curaduría de organizaciones que trabajen en temas ciudad e innovación. Además, tienen un sueño: conectar el cerro Blanco con el Parque Metropolitano a través de un eje para la infancia”.
Tal cual, la Fundación Mustakis dejó el sector oriente y en 2016 se instaló al fondo de Blanco Recoleta, una comunidad de emprendedores “con propósito”. Allí restauraron la primera casa, un inmueble centenario que fue reacondicionado por el arquitecto Cristián Undurraga. Ahora agregan esta segunda casa, a metros de la primera, y que fue la antigua industria vidriera de la familia Schlack y profundizan su magnífica labor filantrópica. Los invito a leer las palabras de Domingo Errázuriz, director ejecutivo de la fundación Mustakis, para cerrar esta columna. “Como vecinos de Recoleta, nos parece fundamental contar con lugares de encuentro y así impulsar el sentido de habitar, que es lo que permite construir lazos sociales cada vez más potentes y facilitar la interacción entre niños, niñas, apoderados, establecimientos educacionales y educadores, siempre con el objetivo de contribuir al bien común y generar belleza y encuentro dentro del barrio, impulsando hacia el futuro la oportunidad de convertirlo en un distrito especialmente organizado para la infancia”.