Por Rodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna

“Quizás la frase que mejor refleja a mi padre y que tanto él reiteraba citando a Einstein es: intenta no volverte un hombre de éxito, sino que un hombre de valores”. Quien habla es Ramón Valdés, el único arquitecto de los hijos de Héctor Valdés (1918-2016), y que durante cuatro años trabajó junto al arquitecto Pablo Altikes en el libro Héctor Valdés. La Instalación de la modernidad en Chile. Utopía y realidad, lanzado esta semana en el Campus Lo Contador de la Pontificia Universidad Católica, en un Auditorio FADEU repleto y con la presencia de varios Premios Nacionales de Arquitectura entre presentadores y público.

Era que no. Héctor Valdés Phillips representa lo mejor de la profesión que eligió y en muchos sentidos. Fue integrante fundador de una de las oficinas de arquitectura más importantes de Chile, Bresciani Valdés Castillo Huidobro, autores de la Unidad Vecinal Portales (Villa Portales), la Universidad Técnica del Estado (hoy Universidad de Santiago), las Torres de Tajamar (junto a la oficina Bolton Larraín Prieto Lorca) y el Conjunto Habitacional Matta Viel, entre otros proyectos. Fue vicepresidente ejecutivo de la Corporación de Vivienda, la CORVI, entre 1965 y 1969. Asumió la labor gremial como presidente del Colegio de Arquitectos en años muy complejos (1971-1975).

La docencia implicó que como profesor destinara gran cantidad de años a enseñar en la Escuela de Arquitectura de la PUC. Y a pesar de haber recibido el Premio Nacional de Arquitectura en 1976 y de ser responsable de cerca de 700 obras de arquitectura a lo largo de su vida, Héctor Valdés no ha sido suficientemente reconocido. Algo que este notable libro, tan completo como bien diseñado, publicado por Ediciones ARQ y con textos de más de 20 arquitectos, sin duda corrige.

“Llama poderosamente la atención que un profesional de éxito y trayectoria, incluso ya consagrado internacionalmente, abandonara sus labores habituales, sin mirar atrás, con la finalidad de prestar un servicio público y colaborar en un proyecto político en el que creía. Más aún, en alguna ocasión me confesó que las mayores satisfacciones de su carrera las había recibido precisamente durante su período en la CORVI, lo que llama la atención en alguien con una vocación arquitectónica tan marcada. Es que, para él, la arquitectura se inscribía básicamente en una visión humanista, de mayor alcance y se concebía básicamente como un servicio”, escribe el premio Nacional de Arquitectura 2022, Fernando Pérez Oyarzún, en el prólogo del libro.

Un hombre integral, que siempre estimuló el trabajo en equipo. Algo que pudimos escuchar de su propia boca en el lanzamiento realizado este lunes, cuando se mostró un resumen de una clase magistral dictada en la Universidad Finis Terrae a sus 90 años, y en la que instaba a los alumnos a no trabajar solos, a realizar los proyectos de a dos o más, porque así se aprende del otro, así se discute y se reciben críticas y visiones que mejoran el proyecto.

La arquitecta Sonja Friedmann, colaboradora de otra de las grandes oficinas de nuestro país, TAU Arquitectos, dedica su texto en el libro al trabajo colectivo. “Es algo que se aprende haciéndolo: a ser tolerante, escuchar las ideas de los demás y defender las propias, discutir sin enojarse, acatar las decisiones colectivas y aportar a su implementación. Los proyectos complejos, como los abordados en aquellos años, sólo podían ser desarrollados por equipos paritarios, como los de Valdés, Castillo, Huidobro y Bresciani”, escribe la también ex jefa de redacción de la revista Auca.

Es imposible referirse a Héctor Valdés sin nombrar algunos de sus valores humanos, traspasados a su forma de entender la profesión. Rigor profesional, ética del oficio y responsabilidad de la autoría son tres rasgos que destaca Luis Eduardo Bresciani, hijo de Carlos Bresciani, cuando habla en el texto de quien fuera socio de su padre por más de una década. “Para don Héctor, los moradores de nuestras obras eran y son el referente más importante de nuestra acción profesional. Una obra éticamente impecable es aquella que posibilita y promueve la realización de los proyectos de vida de quienes la habitan”, anota este expresidente del Colegio de Arquitectos entre 2011 y 2013.

La honradez era otra arista de su conducta intachable. Qué mejor ejemplo que lo manifestado por el Presidente Eduardo Frei Montalva al terminar su mandato en el servicio público. “Mira Héctor, yo durante estos más de cuatro años he descansado con tu jefatura en la CORVI, la institución que gasta más dinero de la caja fiscal, y nunca hubo un diez que se filtrara”.

Una última muestra de la calidad humana de Héctor Valdés. Cuando fue presidente del Colegio de Arquitectos, junto al vicepresidente de la organización gremial, Gonzalo Mardones Restat (otro grande que merece su propio libro), solicitaron créditos personales para completar los recursos necesarios para comprar la actual sede del colegio, ese hermoso edificio en la Alameda que es obra de Luciano Kulczewski. Igual que Benjamín Vicuña Mackenna, quien usó parte de su patrimonio para terminar su obra más conocida, el cerro Santa Lucía convertido en parque para la ciudadanía, Héctor Valdés también estuvo dispuesto a meter la mano en su bolsillo para un proyecto público. Ese es el tipo de personas que necesitamos como ejemplo en nuestro país. Por eso es tan importante este libro de Pablo Altikes y este proyecto familiar liderado por Ramón Valdés: nos inspira, nos emociona y nos permite aprender de un gigante de la arquitectura, de la vocación pública y de la rectitud.