Columna de Rodrigo Guendelman: Historia del agua potable en Santiago, desde la Colonia a Aguas Andinas

Historia del agua


“Producir agua potable cuesta millones, derrocharla no cuesta nada”. Esa frase de la Empresa de Agua Potable de Santiago es de 1967, y era parte de una campaña que incluía un personaje femenino llamado Gotita, que aparecía frecuentemente en la prensa de la época para recordar a los lectores sobre la importancia de ser cuidadosos con el consumo de agua en tiempos de sequía. Ese dato, así como cientos de otros que sorprenden y educan, es parte de las 250 páginas que tiene el libro Historia del agua potable en Santiago: desde la Colonia a Aguas Andinas, lanzado esta semana y cuyo aporte al conocimiento de Santiago es incalculable.

Fruto de la alianza entre la Pontificia Universidad Católica de Chile, su editorial Ediciones UC y la empresa Aguas Andinas, la publicación escrita por el historiador David Home destaca además por la notable cantidad de mapas, fotos inéditas, recortes de prensa muy antiguos, infografías y documentos de alto valor patrimonial, todo ello contenido en un elegante y precioso diseño a cargo de Draft. Son prácticamente 500 años de recorrido que hace el autor, desde la llegada de los españoles en el siglo XVI hasta hoy, “un viaje de casi cinco siglos que relata la historia del abastecimiento del agua potable y saneamiento en la ciudad de Santiago, un viaje que sorprende y maravilla porque está unido a su propio crecimiento como urbe y a los enormes desafíos que hubo que enfrentar para dotar a la ciudad de la infraestructura necesaria para garantizar recursos hídricos suficientes y de calidad”, escribe el rector de la PUC, Ignacio Sánchez, en la presentación del libro.

Hay hitos que es necesario registrar, y de los que uno aprende gracias a la investigación de Home. Como, por ejemplo, que durante siglos al llamado bajo pueblo no le quedaba otra alternativa que surtirse de agua de las pilas públicas, que los vecinos con más recursos enviaban a sus criados a buscar agua en vertientes cordilleranas, que algunos de ellos construían pozos en sus propiedades y que, en general, eran numerosas las dificultades para abastecerse de agua.

La figura del aguatero era imprescindible: cumplió un papel fundamental hasta fines del siglo XIX y recién termina de desaparecer en el siglo XX, con la llegada del agua potable a la ciudad. Así como la fundación de la Empresa de Agua Potable de Santiago (EAPS) en noviembre 1861, realizada a través de un decreto municipal por el empresario Manuel Valdés Vigil, es una fecha fundamental, también lo es la adquisición de la totalidad de la propiedad de la EAPS por el intendente Benjamín Vicuña Mackenna en 1872, lo que significó el mayor gasto público desembolsado durante su gestión.

No es de extrañar, pues Vicuña Mackenna le dio a la provisión de agua potable una inmensa prioridad: en sólo tres años en el cargo, se crearon doce mil metros de nuevas cañerías de fierro y más de una decena de nuevos pilones de agua potable, muchos de ellos ubicados en lugares apartados del centro de la ciudad. De esa forma, decía Vicuña Mackenna, se satisfacían “las necesidades de los barrios pobres de los suburbios”, los “más distantes y desvalidos”, aquellos que antes no tenían “agua limpia y saludable para la bebida”.

Durante su intendencia también se instalaron varias pilas de agua nuevas: cinco en el cerro Santa Lucía, dos en la Plaza de la Moneda y otras más a lo largo de la ciudad. Además, se realizó la expedición hacia las lagunas Negra y Del Encañado, en el Cajón del Maipo, para buscar nuevas fuentes hídricas. En suma, el intendente calculaba que en su período se triplicó la población potencialmente abastecida de agua potable.

Otra fecha fundamental. En 1903 se aprueba la Ley de Alcantarillado y Pavimentación. Una licitación pública que gana la empresa Societé de Construction des Batignolles-M.M. Fould et Cía, permite que se inicien las obras del esperadísimo alcantarillado de Santiago en 1905 y que entre 1907 y 1910 las obras se fueran entregando por etapas. Se esperaba que con obras de este tipo disminuyera la mortalidad en Santiago que, según las palabras del ministro del interior de aquella época, Juan Antonio Orrego, era aterradora, oscilando entre treinta y cuarenta por cada mil habitantes al año. Hago ahora un salto gigante en el tiempo.

En 1999, EMOS (Empresa Metropolitana de Obras Sanitarias), que había sido creada en 1977 para reemplazar y fortalecer a la EAPS, concretó su proceso de privatización al incorporar capitales privados a su propiedad. Nace así Aguas Andinas, empresa que en 25 años ha logrado objetivos impresionantes y del que los santiaguinos debemos estar muy orgullosos: nuestra capital consiguió en apenas 12 años el tratamiento del 100% de las aguas residuales, lo que pone a Santiago al nivel de las ciudades más avanzadas del futuro en la materia. Ahora, con la batería de proyectos de Biociudad, que bien describe Daniel Tugues, gerente general de Aguas Andinas, en el epílogo del libro, estamos preparados para enfrentar un desafiante futuro en la medida, claro, en que se siga consolidando el acuerdo público privado y el adecuado marco regulatorio.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.