Por Rodrigo Guendelman, Conductor de Santiago Adicto de Radio Duna

Un libro que fue lanzado esta semana empieza a pagar la deuda que tenemos con nuestros ingenieros, esos héroes que han evitado desastres, que han creado caminos, túneles, puentes, centrales de energía, torres de telecomunicaciones, represas y que han puesto a la ingeniería estructural chilena en lo más alto del planeta. Chile, Premio Nacional de Ingeniería, de Editorial Babieca, se llama este notable texto de más de 300 páginas y varios kilos de peso, que permite conocer a los 27 hombres y mujeres que han recibido el reconocimiento de sus pares desde 1992.

Desde Raúl Sáez, el primer premiado hace treinta años, hasta Gloria Hutt, quien obtuvo la distinción en 2022, la forma en que este libro profundiza en la persona detrás del ingeniero permite comprender que, junto a la capacidad técnica, hay en estos seres humanos una inmensa vocación de servicio, de amor por su país y de capacidades paralelas.

Ejemplos de esto último hay de sobra. Está el caso de Eduardo Simian Gallet, Premio Nacional de Ingeniería 1994 y conocido como “el Pulpo”, un ingeniero en minas que lideró la expedición que descubrió el primer yacimiento petrolero del país y que, además, llegó a ser arquero de la selección chilena de fútbol. Sorprende también el caso de Rodrigo Flores Álvarez, premiado en 1993, un ingeniero estructural que calculó la torre Entel y la torre Endesa mientras se coronaba como campeón nacional de ajedrez 11 veces consecutivas. Salvo por algunos premiados que ejercieron como ministros (Modesto Collados, Fernando Léniz, Carlos Cáceres, Carlos Massad, Sergio Bitar y Gloria Hutt) y un par de nombres cuya notoriedad se debe a un perfil más público (Ernesto Ayala y Roberto De Andraca), todo el resto de los gigantes que aparecen en este libro son desconocidos por el gran público y, posiblemente, por varios de sus colegas.

Uno se impresiona cuando lee que Raúl Sáez, Premio Nacional de Ingeniería 1992, es el gran responsable de que Valdivia se haya salvado de quedar completamente bajo el agua luego del terremoto de 1960. Conocido como “Riñihuazo” por los tres grandes derrumbes que produjeron la obstrucción del río San Pedro, desagüe natural del lago Riñihue, que hicieron crecer el nivel de agua del lago 26 metros por sobre su nivel, al ser el Riñihue el último de una interconexión de siete lagos, dicha crecida habría alcanzado 3.500 millones de metros cúbicos de agua y un aluvión habría destruido Valdivia, con la consecuente muerte de miles de personas y la desaparición de esa ciudad y de muchos otros pueblos. Pero ahí estaba Sáez, autor intelectual de instituciones como Endesa, Iansa, Cap, Entel, Icare e Inacap; con las botas en el barro, liderando a un grupo de 400 personas, entre ingenieros hidráulicos y expertos en mecánica de suelos, además de los paleros, que lograron evitar una pesadilla. Un héroe de tomo y lomo, ¿no?

Hay tantas historias, anécdotas, vivencias, experiencias que mezclan la capacidad técnica con las virtudes humanas y los valores, que este libro es para leer de a poco, gozar, aprender y seguir leyendo. Otra historia tan sabrosa como heroica, aunque de una escala distinta al Riñihuazo, es la que protagonizaron Santiago Arias (Premio Nacional de Ingeniería 2011) y Tomás Guendelman (Premio Nacional de Ingeniería 2015 y sí, no sólo mi pariente, sino que mi queridísimo tío). Relatado en los perfiles que el libro hace de ambos genios de la Ingeniería Estructural, el hecho ocurrió en 1967. El 9 de mayo de ese año se derrumbó el puente que se estaba construyendo sobre el río Huasco, en Vallenar. Murieron ocho trabajadores y 20 quedaron heridos. Acto seguido, detuvieron al ingeniero calculista: le atribuían negligencia o irresponsabilidad. Tomás Guendelman recuerda que Santiago Arias entró un día al laboratorio de estructuras de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile gritando “¿dónde está el loco que sabe de computación?”. “Se referirá a mí?”, preguntó Tomás. “Quién eres tú?, dijo Arias. “Tomás Guendelman”, respondió. “A ti mismo pues, hijo”, le aclaró Arias. “A continuación me preguntó si era capaz de demostrar por qué se había caído ese puente. Trabajé una semana en el tema y demostré que el ingeniero no tenía responsabilidad. Ocurrió que habían coincidido tres fenómenos al mismo tiempo y en la normativa no estaba prevista la simultaneidad de efectos. Hubo un temblor fuerte, una fractura de roca de suelo y un problema de cambio violento de temperatura entre el día y la noche. Los tres fenómenos se potenciaron y originaron el colapso del andamiaje metálico, primero, y el de la estructura, a continuación, la que se encontraba inconclusa”, explica Guendelman. El informe se dio a conocer, el ingeniero recuperó su libertad y Santiago Arias comenzó una relación laboral y una gran amistad con Tomás Guendelman.

Entre ambas oficinas deben haber calculado y revisado el cálculo de casi todos los edificios importantes que se han construido en Chile en las últimas cuatro décadas. Y así, hay decenas de otras pequeñas y grandes historias en este fantástico libro. Un texto que pone en valor a seres excepcionales, la mayoría de muy bajo perfil, hombres y mujeres que hasta ahora eran casi invisibles. Felicitaciones a Raúl Alcaíno, ex presidente del Colegio de Ingenieros, por ser el gestor de este proyecto. Felicitaciones a Bárbara Vicuña, directora de Babieca Ediciones, por el tremendo trabajo realizado con su equipo. Y felicitaciones a los 27 premiados, grandes representantes de los extraordinarios ingenieros que tuvimos, tenemos y tendremos en Chile.