Columna de Rodrigo Guendelman: Hugo Marín, un gigante que hay que recordar
Por Rodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna.
Escucho el nombre del artista Hugo Marín (1929-2018) y de inmediato mi cabeza se traslada a Talca, al edificio que la Universidad de Talca tiene en el centro de esa ciudad. En la escalera que separa el primer piso del segundo, se puede apreciar una gran obra de este creador, la que mide ocho metros de largo por cuatro de ancho. Se llama “Índigo y Lucio, conjugando elementos” y es de 2013. Fue uno de los primeros trabajos de Marín que conocí y me dejó perplejo. No se parecía a nada que hubiera visto en Chile. O en ninguna parte. “La obra está realizada con materiales como trozos de maderas y de jeans, a partir de lo que se denomina en italiano “arte povera”, desechos que se recogen del suelo y que no le sirven a nadie, excepto al artista que con sensibilidad lo convierte en una pieza de arte”, explica el sitio web de esa casa de estudios.
Tal cual. Ese homenaje a la capacidad de reconstruir luego de una catástrofe, como fue el terremoto de 2010, logra en las manos de Hugo Marín convertirse en un mural escultórico que te mira (muchas de sus obras tienen ojos), te conmueve, te hace querer expresar una opinión y te sorprende por su originalidad. Es sólo un ejemplo de su prolífica obra, que puede conocerse con mucho más detalle en www.fundacionhugomarin.org y, en unos días más, en cuatro centros culturales de Santiago de manera simultánea.
Considerado un hecho inédito, más de 200 obras de este inmenso artista chileno serán expuestas en las Corporaciones Culturales de Lo Barnechea, Las Condes y Vitacura, así como en la Fundación Cultural de Providencia. Y todo al mismo tiempo. La exposición, titulada “Hugo Marín, los cinco elementos”, presentará una propuesta artística basada en los cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego. Como un quinto elemento se suma la desbordante creatividad de Marín, que trabajó diversos lenguajes y materiales.
Para poder visibilizar la obra y legado de este pintor, escultor y profesor de meditación trascendental, a seis años de su muerte, cada institución cultural abordará un elemento: Vitacura tendrá aire, Providencia, fuego; Las Condes, agua y Lo Barnechea, tierra.
La muestra colectiva abrirá al público el sábado 10 de agosto en forma simultánea y contará con obras gestionadas por la Fundación Hugo Marín y que son parte del Museo de la Universidad de Talca, del Museo de Arte Contemporáneo, del Museo de Artes Visuales (MAVI) y del Museo Nacional de Bellas Artes. Asumiendo que no abunda la obra de Marín en espacios públicos (en el segundo piso del Museo de Bellas Artes se puede ver de manera permanente su escultura “Pachamama” de 1990) y que a pesar de su trascendencia en el arte puede resultar desconocida para mucha gente, vale la pena recordar que se trata de uno de los creadores más singulares, y por qué no, multifacéticos, de nuestro continente.
Hugo Marín tenía una profunda predilección por los cruces culturales, evocaba constantemente mundos arqueológicos o imaginarios. Su interés por lo espiritual era mayor: buscaba o creaba sus propias mitologías y se caracterizaba por la “utilización de lenguajes arcaicos para expresar descubrimientos nuevos”, comenta el sitio de la fundación.
Hay otra condición que es muy mariniana: la de improvisar una obra con lo que se pueda conseguir en dos pasos a la redonda. Hugo Marín era una especie de nómade, al menos en una época de su vida. Su trayectoria incluye largas residencias en Nueva York, Italia, Cuba, Francia y Suecia, entre otros lugares. Collages, esculturas, esmaltes, pintura, instalaciones y ensamblajes forman parte del heterogéneo lenguaje visual de este creador, siempre centrada en el hombre, siempre navegando por nuestras artes primitivas, siempre buscando lo tribal.
Esta frase tomada de la Fundación que lleva su nombre expresa de manera precisa la singularidad de Hugo Marín: “Sus primeras obras fueron bidimensionales y hacia la década de los sesenta reinterpreta sus propios códigos valiéndose del volumen. Entonces irrumpe en escena una serie de personajes distintos a todo lo conocido en el arte occidental. Misteriosos, sugerentes, inquietantes y provocativos, son -como en pocos casos- humanidad pura, a pesar de que su corporeidad haya sido resuelta a partir de un objeto en desuso o de un montón de barro. Con misticismo, una cuota de humor y a veces con franco erotismo, Marín llevó a cabo sus propósitos y desde que apareciera en escena mantuvo una trayectoria constante, donde cada etapa representó un paso más allá de la anterior. Si al principio fue el esmalte y al final, la cerámica, el mejor soporte para transmitir sus emociones, en sus manos todos los materiales se volvían dúctiles y expresivos y con todos alcanzó una suerte de transmutación de la materia, interpelando muchas veces al espectador”.
La exposición estará abierta hasta el 23 de septiembre en Las Condes, Vitacura y Providencia, y hasta el 20 de octubre en Lo Barnechea, esta última, la corporación que lidera el proyecto y que es dirigida por la principal promotora del proyecto, Alejandra Valdés.